viernes, 6 de octubre de 2006

El náhuatl en Costa Rica


“Sin maíz no hay país”

ConaCulta México

La verdad es que utilizo el nombre de este artículo como pretexto para hablar de la presencia del náhuatl (1) en el lenguaje del tico y de la diferenciación que nos imprime como ciudadanos de esta tierra y a pesar de que su presencia en la publicidad se limita a unas cuantas acepciones, tales como las rebajas en los precios de los chayotes , elotes y zapallos en la página de ofertas del supermercado; los remates de chinamos para los Festejos populares de San José; la dirección de Multiplaza, Guachipelín; los consomés con achiote Maggi, el chile de los productos Santa Cruz; los chicles Adams sin t; los paquetes turísticos a Guanacaste; los tamales navideños con salsa Lizano; el puente del Tempisque que pronto deberá protagonizar algún anuncio y, casi siempre, los tomates que se asoman en los restaurantes de comida rápida.

El náhuatl, el maya y sus variantes fueron alguna de las lenguas más comunes de los pueblos indígenas que habitaban desde la altiplanicie mexicana hasta el territorio costarricense, por ejemplo la palabra cigarro proviene del maya siyar. A lo largo del primer milenio hubo diversas migraciones del norte que se asentaron en los territorios centroamericanos; siendo la última, el desplazamiento originado por el ascenso de los Aztecas, imperio que a través de la ruta comercial abierta por los pochtecas, mantuvo un intercambio permanente con nuestros pueblos indígenas.

Hoy, el náhuatl es la lengua de más de 1,5 millones de personas y se mantiene viva en ellos, sobrevive en nuestro español por el uso de numerosas palabras de uso tan común que ni siquiera nos chima en la cabeza que tengan un origen tan distinguido como el de cualquiera otra que provenga del latín, el griego o el sánscrito; de modo que, se hace presente cuando andamos de turistas, no importa si somos pipis o cholos: chapaleamos en el agua, tomamos sol tendidos sobre petates o directamente en el zacate, las sonrisas se encienden y los camanances se asoman, comemos un guapote bajo un frondoso zapote, apuntamos el resultado de la mejenga con tiza en una pizarra , compramos alfarería de guaitil para verter un nutritivo pozol o, tal vez, un guacamole, mientras tanto los camoteros comen nances, cacahuates, jocotes o elotes, haciendo suficiente alboroto como para pegarle fuego a un tacotal en el Coyol de Alajuela con una chinga. Luego, de las vacaciones quedamos en la pura tusa y regresamos al tequio del trabajo.

En la política hay ejemplos notables o podemos construir algunos propios: no hay chocolate sin cacao; nos dan atolillo con el dedo; la reformas económicas siempre se han quedado chingas; las decisiones son de hule; sobran los chachalacas y los malinches para con el pueblo en los partidos políticos; el cuijen se aparece sin decir voy en los Tribunales de Justicia, del susto nadie hace nada y todo se estanca; nunca sale humo blanco del copal en la Asamblea Legislativa y a los que votamos por Pacheco no nos quedó de otra que aguantar la chicha (aunque él use o abuse de estas expresiones) y los que no votaron por él, dos tazas.

Ahora bien, si ampliásemos el radio de acción a la comunicación periodística nos encontraremos esporádicamente con los agüizotes de los sorteos navideños y con los tagarotes que venden los pedacitos a mayor precio, los derrumbes del Tapezco y las plagas de zanates, coyotes, zopilotes y chapulines que pululan en cualquier parque, trámite o acera.

En publicidad algunas palabras podrían servir de machote para la creatividad o para la diferenciación; pero no es fácil encontrarlas en macoyas.

En el ámbito de los hogares urbanos aún tienen espacio las pachas, los pastes, los metates, los chacalines y los viejos chochos y en el campo rural aún habitan muchas de uso cotidiano: la milpa, el mecate, el trapiche, las zompopas, los comales, los chompipes, los toros guacos; pero ya casi no se habla de caites y poco de refrescos de chan y de jícaras. Claro que no hemos agotado la lista, mucho menos las toponímias, lo que sí se viene agotando y es por todos conocido, son las áreas silvestres y, con ellas, disminuyen en los bosques los pochotes, pizotes, tecolotes, quetzales, cuzucos, ocelotes, coyotes, taltuzas, mapaches, tepezcuintles y zenzontles (el pájaro de las cuatrocientas voces).

Finalmente, nos preguntamos ¿qué ocurrirá entre los más cumiches que elevan papalotes en los descampados de La Sabana o el Parque de la paz? ¿Podrá el desuso borrar esta huella tan noble que nos identifica genética, histórica o culturalmente? ¿Persistirá hasta que nosotros queramos, hasta que el colochón decida lo suyo o hasta que la globalización cultural nos convierta en otros?

-Si fuesemos “gringos” (2)o tuvieramos “green card” ¡mejor! diría alguno.

-No hay palabras, le respondería.

(1) La cursiva indica la procedencia náhuatl

(2) y las comillas la inglesa.


(Este artículo no fue publicado, pero si realizado en una fecha aproximada a la que se indica en este post.)