martes, 26 de septiembre de 2017

La madre del cordero o de todas las batallas

¡Mother! Darren Aronovsky. 2017. Antecedido por películas como Pi (1998), Réquiem por un sueño(2000), The Wrestler (2008), El cisne negro (2010) o la malograda Noe (2014), en las cuales las historias evolucionan menos crípticamente, aunque con una gran profundidad sicológica, metafísica o grotesca, Aronovsky trata de sorprender a tirios y troyanos con una mezcla de drama, horror, misterio y misticismo que tiene a los críticos divagando sobre su trabajo entre el éxtasis o el asco.


El drama se desarrolla en el aislado hogar de Mother (Jennifer Lawrence) y su pareja (Javier Barden). Él es un novelista empeñado en escribir una nueva obra y ella cuida esmeradamente de su hogar. Tras la visita de una pareja de desconocidos y sus hijos, se inicia un proceso destructivo. Esa noche abandonan la apatía sexual y al día siguiente ella se cree embarazada, a la vez que él logra encontrar la inspiración e inicia la obra que pretendía. Luego de haber sido publicada, en el lapso de un embarazo, aparecen en la vivienda decenas de fanáticos para adorar al autor. En su egolatría, él desprecia las preocupaciones de su pareja de lo que han construido. Esa noche culminará con un apocalipsis y un nuevo ciclo de agonía.

Hechos más, hechos menos, es la síntesis de la historia. De ella se desprende el abuso de la egolatría del hombre sobre su pareja hasta lograr su destrucción. Tomar el amor del otro para satisfacer intereses egoístas. Hasta acá todo claro.

Guardando las debidas distancias, cito a otras películas que se aproxima a esta propuesta: el Árbol de la vida de Malick, La guerra de los Roses de DeVito, Quien le teme a Virginia Wolf de Nicholls, o más cerca del terror El bebe de Rosemary de Polansky. Pero los latinoamericanos al ver la historia no dejamos de pensar en el  onírico cuento Casa tomada de Cortázar, que ha tenido interpretaciones políticas, religiosas (Adán y Eva expulsados de su paraíso), maternales, incluso de confrontación de generaciones.

Ahora bien, las anteriores historias no  alcanzan para descomponer el sinnúmero de simbolismos aparentes de los que está cargada ¡Mother!

En la cinta de Aronovsky puede interpretarse la presencia de los textos bíblicos o una crítica al poder avasallador de Dios o la Iglesia. Dentro de la trama, existen demasiadas referencias: el Génesis, el diluvio, el sacrificio de Jesús, el apocalípsis o ese ídolo craquelado del poster  que asemeja una virgen de Jennifer Lawrence.

Ahora bien, el director declaró en el Festival de Toronto que es una alegoría sobre el proceso destructivo egoísta sobre nuestro hogar: el planeta tierra y, eventualmente, del proceso creativo ¡¿Cómo dijo?! Acá es donde la chancha retuerce el rabo. Personalmente, no me alcanza para la primera interpretación, aunque de manera forzada pueda intentar justificarla.

Al parecer Aronovsky quería abonar el terreno de los upper brow de los Festivales Cinematográficos y a sus seguidores de culto con respecto de los temas feministas, religiosos y ecológicos.  Es meterle mucha verdura a la sopa. Demasiados temas para una historia que tiene pocos personajes que puedan conducir las diversas tramas, sin lograr armar un despelote significativo y, por ende, una marejada de opiniones encontradas entre los críticos y cinéfilos. Mucho pecado capital o pretensión.

¡Mother! no es la madre cinematográfica del cordero, ni todo lo contrario. Habita en ese espacio inasible de lo que pudo ser y no fue, por excederse en sus pretensiones. Como decía San Agustín: La soberbia no es grandeza sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande pero no está sano.

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