Manuel Bermúdez. Periodista y crítico literario.
La propuesta narrativa de José Francisco Correa es ingeniosa y lúdica, pero no por eso menos sutil y aguda en la sugerencia a una reflexión más profunda y compleja.
Esta novela se aventura formalmente con digresiones, interpelaciones al lector, juegos inverosímiles mezclados con un realismo histórico a la vez que lleva a involucrarse en su propio juego literario. Desde sus primeras páginas sugiere un universo de intriga salpicado por recuerdos mayormente ingratos.
En un contexto realista histórico, se trata de Nicaragua, de un pasado de lucha y sueños, de decisiones y amores controvertidos, de exilio y un amor insoslayable por el terruño, los personajes, retratados con mucha honestidad, se interpelan con los sentimientos encontrados de la familia rota.
Volver, para enfrentar momentos de los que se quiso escapar para siempre. Secretos que están en la esencia misma de una hija que ha logrado conformar medianamente su vida propia y de una madre que no ha logrado resolver completamente la suya. Pero, poco a poco, la narración da giros en la trama, el mismo autor se involucra y la propuesta literaria alcanza mayores vuelos.
Victoria, la protagonista, regresa a Nicaragua “después de treinta años de autoexilio político”. Volvía para reencontrarse con su hija Raquel y para conocer a su nieta Arlen.
Las reminiscencias y recuerdos de la guerra revolucionaria agazapados entre sueños se asoman en el paisaje que va describiendo el autor, con un amor evidente en sus descripciones y en los giros lingüísticos.
“Granada es intemporal. Se ha conservado calcada desde que Victoria se fue. Siempre las mismas vendedoras en las mismas esquinas y los mismos borrachos en las mismas aceras. El lago de la memoria es un agujero negro que atrapa el pasado y el presente en la misma dimensión espacio temporal, en donde confluyen todas las historias simultáneamente: su casa de muñecas, sus padres, los juegos infantiles con los niños del barrio, sus amigas colegiales y universitarias, su ingreso en la guerrilla y su exilio”. La clave de la novela la propone Correa desde las primeras páginas.
Pero igual va tejiendo un bello paisaje nicaragüense. “La mejor época era Semana Santa, porque estaba repleta de folclore, comidas tradicionales y frutas de la estación. Sobraban las panas con curbasá, los pasados, la sopa de pescado, los mangos en huaca y los jocotes sazones”. Al rato, los recuerdos del narrador parecen cruzarse con los de la protagonista y empieza a romperse el hilo realista del texto.
Victoria va desandando en sus recuerdos mientras va construyendo la complicidad con su nieta cargada de preguntas e imaginación, ansiosa de saber historias o de inventarlas.
Así, en un bello atardecer a la orilla del lago, nieta y abuela se ven atrapadas en un mundo surrealista donde los objetos hablan y el entorno parece fijado en el recuerdo.
Son objetos perdidos, cada uno un personaje con sus propias singularidades provenientes de su condición o de las circunstancias en que fueron extraviados u olvidados.
Victoria y su nieta Arlen buscan “una salida a Granada”, lo que las lleva a vivir una aventura extraordinaria con los cientos de objetos perdidos con los que se encuentran momentos de intensa acción e intrigas, batallas, dudas, lealtades y traiciones.
“De camino a su encierro, Victoria comprobó la infinitud de riquezas acumuladas por los léperos. Estuvo tentada a inventariar cada objeto valioso que identificaba, para convertirlo en personaje de esta historia”.
En todo este juego de aventura fantástica, Correa no deja de hacer apuntes que inducen a la reflexión a veces con una ironía sutilmente sabrosa, como al decir: “se cayó al piso una artesanía de Sandino que tenía de adorno”.
Las razones de los objetos perdidos sugieren un universo donde se cruzan las emociones humanas con las acciones y las circunstancias, de manera que el narrador construye un territorio referido como “el Cruce de las Negligencias”.
Esta novela es juego y provocación, es un atrevimiento y un divertimento con un estilo sabrosamente nicaragüense. Pero también es una advertencia para que los ideales que una vez impulsaron las más atrevidas acciones no terminen convertidos en una “pirámide de cachivaches aglomerados en completo desorden.