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domingo, 8 de agosto de 2010

Cantidades o medidas inexactas


Los consumidores en Costa Rica nos enfrentamos diariamente a medidas o cantidades inexactas. No me refiero a sistemas diferentes al métrico decimal, pues el país lo adoptó desde hace ya muchos años. Tampoco al hecho de que persisten medidas anticuadas como las varas o las líneas ágatas, ni tampoco al caos que provoca nuestro particular forma de dar direcciones, sino a las medidas o cantidades que compramos ayer, hoy, mañana o pasado mañana.

Comencemos por las tallas de las camisas. S, M, L o XL, relacionadas con el cuello, pero no con el largo de la manga. No hay manera de que una camisa quede bien. Algo parecido ocurre con el largo de los pantalones, son 32 para ciertas tallas y 34 para las restantes, por lo que o queda largo o queda corto, o ajustado o flojo. Con los zapatos pasa lo mismo. A Diego, mi hijo, que tiene un empeine grueso, en la punta siempre le sobra para donarle a un circo. En Costa Rica no tenemos disponibilidad de variedad de tallas.

Además de los problemas en el vestir hay otros no tan trascendentales que describiré a continuación, pero con son ejemplo de como la insatisfacción se apodera del diario vivir:

Caso A. En la última fiesta de cumpleaños decidimos ofrecer a los invitados “Hot dog”. ¡Mala idea!, pues el número de panes no hace juego con el número de salchichas. Los paquetes vienen en unidadaes de 8 o de 6, respectivamente. Es necesario calcular el máximo común divisor, en este caso 24. Todo debe ser en múltiplos de 3 paquetes de pan y 4 de salchichas; si no te sobran salchichas o pan.

Solución: Como sus productos son complementarios, que las empresas se pongan de acuerdo, debería de existir una estandarización de unidades. La misma cantidad de uno que del otro. ¡Te lo pedimos señor!

Caso B. ¡Todavía me queda uno! Falso. ¿Cuántas veces le ha pasado abrir esa caja de goma de mascar e intentar sacar el último chicle, el del centro? Para luego percatarse que ese espacio está vacío. Su ausencia incumple los teoremas de Pitágoras y el cuadrado de tres, pues falta en el blíster una dosis. El desperdicio equivalente a 1/9 del empaque y ¡eso es mucho! Tampo existe una mentalidad “ecofriendly”. A quién se le ocurriría desperdiciar esa proporción de capacidad en alimento o gasolina.

Solución. La clave es terminar en las preguntas de la vida intrascendental, ¿cuál es la razón del fabricante para hacernos creer que su producto tiene esa unidad y para el consumidor que la tiene de menos? La etiqueta cumple con la toda legislación nacional de "Pe a Pa", pero no con las leyes esenciales de la lógica o de la ética. ¿Por qué en otros mercados si se incluyen los nueve chicles y en Costa Rica no?

Caso C. En la última consulta con mi doctor, me recetó una pastilla diaria de Pantecta, Cardura, Vitoryn y Ácido fólico, todas las anteriores vienen en presentaciones de 28 unidades. ¿Por qué razón si el mes regularmente tiene 30 días? Claro dos pastillas menos por caja por mes, me obligan a comprar una caja más al año. El año tiene 365 días entre 28 pastillas igual 13,0357 cajas. Hipótesis comprobada.

Solución. Las empresas farmacéuticas podrían plantearse comercialmente docenas de trece, pero considerando los precios serían incomprables. Lo mejor serían 30 pastillas por blister, si es que los mercadólogos pretenden satisfacer al consumidor.

La técnica comercial de ofrecer un poco menos para obtener un poco más, siempre ha sido efectiva en términos de rentabilidad; pero, absolutamente ineficaz en el plano de la satisfacción.

Si se aplicaran esa práctica distorsionada con las pastillas anticonceptivas, su número (de manera no casual espero) contiene la cantidad exacta prescrita. ¿Qué pasaría si fueran menos? Digamos 1/9 menos. ¡Se imaginan el despelote!

La comparación no es tan descabellada.

¿por qué no darle al consumidor la cantidad que exactamente necesita?

lunes, 17 de mayo de 2004

Un consumidor insatisfecho

(Este artículo fue publicado en El Financiero en una fecha aproximada a la que se indica la fecha de creación de este post.)

Hasta hace pocos meses, cuando era producida por Laboratorios Stein, una bolsita de un producto que no es azúcar endulzaba como dos cucharaditas de azúcar.

Ahora, que es fabricada por Merisant de Argentina, no endulza suficiente, puesto que su contenido de un gramo fue rebajado a 0,8 gramos y la proporción de aspartame se disminuyó de 3,7% a 1,37%; o sea, hoy proporciona menos de la mitad de dulzor.

Por supuesto que el precio no bajó a menos de la mitad, como tampoco se ajustaron las indicaciones al dorso del paquete.

Desconozco si lo que se pretende es crear un nuevo mito mercadológico. Sirvan de ejemplo los casos más populares en este sentido: Los dos analgésicos que se disuelven en un vaso con agua, la ampliada boca del tubo de una crema dental que abarrota las cerdas del cepillo de dientes de principio a fin, los dos chicles que salen de la cajetilla, y las consabidas dos o casi tres bolsas de sustituto de azúcar o de no azúcar endulzando una taza de café (los que toman en jarro necesitan más de tres).

Los catadores refinados me recomendarían que abandone el azúcar y sus sustitutos para que aprecie el verdadero sabor de las bebidas; pero, como no puedo evitarlo me hago tres preguntas:

¿Cuánto pesa lo dulce?

¿Cuánto pesa lo amargo?

¿Cuánto pesa la insatisfación de un consumidor?

Respuesta: Exactamente, 0,8 gramos con 1,37% de aspartame.

Es decir, menos de un vigésimo de lo que pesa un colibrí y bastante más de lo que liba en una flor.