Título : El secreto de sus ojos
Director: Juan José Campanella
Guión : Eduardo Sacheri
País : Argentina
Año : 2009
Uno es consciente que puede ver, solamente hasta que advierte que está siendo visto por otro; pero frente a la pantalla, los espectadores están tan absortos por la intensidad de la historia que ilumina sus ojos, que olvidan que, en si misma, la imagen proyectada del celuloide conjuga muchas miradas: la del guionista de su propia obra (o de autor) o de la interpretación de la pluma de otro; la del fotógrafo, que al poner su pupila en el visor determina el plano, el foco, la distancia focal, el ángulo, el movimiento, la profundidad de campo conjugados con la luz que ilumina la escena; la del director que ha decidido exactamente qué es lo que se dirá y cómo, o sea: el todo y, finalmente, la del propio espectador, a quien corresponde la experiencia de armar, de su retina al cerebro, los significados.
Campanella nos muestra en El secreto de sus ojos que la vida está llena de miradas y de acontecimientos que pasan desapercibidos o inadvertidos: el amor, una pista o el perdón. Conjuga al discurso las enseñanzas de álgebra de Al-Juarasmi : los álbumes fotográficos, los portarretratos, todas las expresiones de la mirada: enamorada, disimulada, amorosa, anhelante, reflexiva, lujuriosa, profunda o hacia adelante-al futuro-, atrás- al pasado-, trasteada, (digan otra), los ojos vendados de la justicia, la ventana circular de la última puerta del vagón. Pero también tiene la habilidad de ocultar hábilmente los cordones de un mocasín, una conversación tras la puerta de un despacho, las letras de una máquina destartalada, las anticipaciones, las palabras por veinte y cuatro años.
No solo se trata de lo que vemos, sino de lo que se nos muestra y como, es decir de lo que ven los otros: los creadores. De la habilidad para entretejer todos los lenguajes y de la habilidad de advertirlos.
Benjamín Esposito, interpretado por Ricardo Darín –a mi modo de ver el mejor actor latinoamericano de la actualidad– quiere dar sentido a su vida de jubilado escribiendo una novela, basada en un caso cerrado en el que participó: el homicidio y violación de Liliana Coloto. La historia parte de una despedida desdibujada en una estación de tren y en su desarrollo, nos muestra por medio de flashback, lo ocurrido. Al confrontar su pasado y recuperarlo vívidamente, a la vez se hilvana un paralelismo con el trascendental drama de varios protagonistas y su propia vida.
Pablo Sandoval, interpretado magistralmente por Guillermo Francela, asistente del juzgado y compañero de Expósito, descubre gracias a uno de sus compañeros de juerga, el escribano Andreta, una de las claves de la historia: “El tipo puede cambiar de todo, de cara, de casa de familia, de novia, de religión, de Dios, pero hay una cosa que no puede cambiar…de pasión”.
A Ricardo Morales (Pablo Rago), desposeído de la virtud humana de perdonar, le corresponde una de las partes más complicadas: el mensaje ético indisoluble a toda obra artística. Espósito, inútilmente ha encarcelado su pasión.
De los aspectos técnicos de la película no es necesario decir nada más que todos son extraordinarios.
La máquina de escribir tiene la letra que le falta a Espósito y al descubrirla, habría de ir presuroso hasta la oficina de Irene Menéndez Hastings (Soledad Villamil) –¡Qué hermosura e histrionismo de mujer o diosa!–. El cantante argentino Sandro había tenido prácticamente una premonición de la intensidad de sus miradas en esta escena.
Campanella da la pincelada final de maestría. Nos obliga a imaginar el desenlace por el ojo de la cerradura del despacho.
Este análisis me hizo atravesar la catársis que experimenté cada una de las tres veces que tuve que verla porque esta es una obra trascendental. Gracias...una vez más!
ResponderBorrarFran... me parece muy valioso el análisis desde la mirada, sin embargo, sigo sin pensar que la peli sea tan buena. La volveré a ver para decirte por qué no me gusta. Hay otras miradas en cine que me han convencido mucho más.
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