viernes, 2 de mayo de 2025

Cada lectura es una escritura - Damaris Madrigal

Damaris Madrigal es una destacada filóloga, académica y especialista en estudios de género. Es doctora en Educación y cuenta con una especialidad académica en Lingüística y Antropología. Sus áreas de especialidad incluyen el lenguaje y la cultura popular, destaca el Diccionario Ilustrado del habla popular costarricense. Asimismo, sobresale su trabajo en la Sede de Occidente de la Universidad de Costa Rica. Su compromiso con la educación superior y la regionalización la han convertido en una referente en su campo.

Ponencia presentada el 5 de Marzo en el Colegio de Periodistas

Buenas noches. Bueno, ante todo le agradezco a José por la invitación a participar en la presentación de este libro, del cual he podido ver el proceso de escritura desde junio. Eso fue antes de la pandemia y justo antes de que empezaran los momentos políticos más álgidos de Centroamérica.

La primera vez que yo leí esta novela, apenas alcanzaba unas 100 páginas. Estaba narrada desde la voz infantil de la nieta y, cuando le devolví mis impresiones a José, recuerdo haberle dicho que me parecía que encajaba más en literatura juvenil. Estas y otras razones me llevaron a opinar que no consideraba que se tratara en ese momento de un producto publicable. Con palabras más discretas, se lo dije a José en aquel momento.

Además, en ese entonces, había mucho elemento suelto en historia, por lo que le dije que me parecía que todavía no daba para una novela, sino para un cuento o varios cuentos, pero que todavía le faltaba. Luego vino una segunda versión y una tercera.

Para mí hubo una cuarta versión. Digo para mí porque, a otros lectores, yo sé que José les iba dando otras versiones. La versión número cuatro me gustó mucho más. Estaba mucho mejor estructurada y con mucha profundidad narrativa.

La quinta versión, cuando menos de las que yo tengo noticia, es la que hoy presentamos aquí y que ha llegado a nuestras manos.

Cuando empleo el término de versiones, no me refiero a las correcciones naturales de orden filológico y estético, que toda producción literaria debe recorrer, sino que en realidad se trataba de historias distintas, con los bocetos de unos personajes y un cuadro físico y temporal similar, pero que nos remiten necesariamente a lecturas muy diferentes.

De hecho, la primera versión tenía otro título. No lo voy a decir aquí porque esos son los detalles que solamente los autores saben si quieren revelar, pero tenía otro título. Solamente voy a decir que se parecía mucho a estas consignas que remiten mucho a las revoluciones latinoamericanas.

La tercera y cuarta versiones las conocí sin título y en un momento hasta con otro autor, porque se valoró la posibilidad de publicar con seudónimo, inclusive se valoró la posibilidad de un nombre femenino, hasta que la versión final lleva por título El Lago de la Memoria y su autor es quien la firma.

Ahora quiero enfocarme en tres aspectos que me resultan particularmente resaltables de esta novela que nos convoca hoy.

El primer elemento es el manejo del código. Ya saben que es mi especialidad la lingüística.

El segundo, es la perspectiva desde la estética de lo cotidiano y, el tercer elemento al que haré referencia, es la figura del desaparecido.

En lingüística cuando hablamos del código nos estamos refiriendo al lenguaje mismo.

Cuando hablamos del castellano todos somos capaces de emplear el lenguaje con una cierta destreza funcional, que nos faculta para expresar nuestro pensamiento y entrar en contacto con nuestros semejantes.

Esta práctica lleva en cada uno de nosotros un sello personal. Cada uno de nosotros se ha apropiado de un conjunto de recursos lingüísticos que nos caracterizan como hablantes. Eso es lo que conocemos como estilo lingüístico. Pues en la ficción literaria cada uno de los personajes debe quedar configurado con un estilo lingüístico propio. Cada personaje debe expresarse de manera tal que corresponda con la construcción natural de su identidad lingüística, la cual estará necesariamente atravesada por tres variables, el tiempo en que le ha tocado vivir a ese personaje, su estrato social y el lugar del que proviene.

Esas son las variables diafásicas, diastráticas y diatópicas que nos enmarcan la identidad lingüística, pero además contribuirán las historias de vida que cada uno haya recorrido. Recuerdo que en las primeras versiones le había dicho a José que le faltaba mejorar los personajes y mejorar los diálogos.

La construcción de los personajes era un poco naif y algunas de las conversaciones entre la abuela y la nieta, Arlen, eran algo ingenuas.

A esto había que sumarle que la narración empleaba, la primera narración, empleaba un lenguaje complejo propio de hablantes adultos, pero la niña, ya en su personaje, era sólo una niña pequeña.

Pues bien, debo rescatar el excelente trabajo que en este sentido refleja la obra.

El uso impecable del voceo pronominal monoptongado que registran los hablantes nativos desde los planos de la confianza. En tanto, los extranjeros emplean el tuiteo para esas mismas circunstancias, el ustedeo generalizado. El uso de fórmulas de tratamiento como títulos militares, apelativos de confianza, conversaciones en diferentes idiomas para los objetos importados, marcas nombre, entre otros.

Igualmente, bien trabajado el de las formas prototípicas del habla nicaragüense para referirse a acciones concretas. Así leemos en un pasaje:

Detenete, dundo, ¿no oíste?

Que si bien la palabra dundo se usa en Costa Rica, su registro es muy escaso y solamente significa tonto. Pero en Nicaragua además se refiere a la persona que actúa de una manera tonta por falta de o de entendimiento. En Costa Rica habríamos usado un término similar a baboso. En otra cita podemos leer: Chocho, es que son brutos. Es un claro uso del elemento interjectivo chocho, muy propio del habla nicaragüense, del que en Costa Rica no tenemos un sinónimo absoluto.

No equivale a diay en ninguna de sus acepciones. Se parece más a la interjección, pero dicho con verdadero asombro. Bien, volviendo al punto de análisis, es así como en este detalle el uso lingüístico de todos los personajes y los espacios quedan perfectamente caracterizados, lo cual resalta desde la perspectiva de la escritura misma, desde el ejercicio de escribir, y es definitivamente un primer valor de este texto. Ese excelente manejo del código y el cuidado de los detalles transporta a los lectores al espacio de la narración y facilita dibujar en la mente a los personajes.

Con respecto a la estética de lo cotidiano, empezaré por decir que me parece un encuadre teórico válido, porque la idea sobre cómo se configura el Mundo de las cosas perdidas está basada en el acto cotidiano de perder involuntariamente objetos, los que, si partimos de la afirmación de que la materia no se crea ni se destruye, entonces deben ir a dar alguna parte.

La estética de lo cotidiano es una propuesta que intenta comprender las de la vida cotidiana. Propone que las metáforas son niveles profundos de pensamiento, más allá de recursos plenamente estéticos propios del lenguaje literario.

Todos metaforizamos conceptos en nuestra vida cotidiana. Por lo tanto, la metáfora de lo cotidiano estructura nuestro pensamiento y nos proporciona las herramientas para comprender con lenguaje simple, eventos complejos de la vida real.

La teoría de la metáfora de la cotidiano fue planteada por Lakoff y Johnson. Se fundamentaron en la propuesta de que aquello que es complejo, el ser humano lo puede equiparar conceptualmente con lo que conoce.

Es así como las diferentes culturas van complejizando y profundizando los niveles de pensamiento al ir sobrepasando lo conocido. Es decir, se puede comprender la realidad desconocida a partir del replanteamiento de lo conocido. Lo que conocemos y comprendemos bien se llama dominio fuente. Es la base del reconocimiento. Lo que se le quiere comprender es el dominio objeto, objeto de la comprensión.

De manera que el lago de la memoria puede ser leído desde la estética a lo cotidiano, en donde todos los elementos expresados y conocidos por los lectores, la tapita de lapicero, el dedal, la boina, los fósforos, la llave, la cerradura, el galeón, las cartas, el bolso verde olivo, el soldadito, los anillos, las tijeras, los lapiceros, los cabitos de lápiz, las cucharillas, entre muchos otros objetos, encierran en lo cotidiano un valor común. Son en sí mismos una fuente de concepto. De allí que sean llamados valor-fuente. Mientras que la compleja trama social que se teje entre ellos, los roles políticos y sociales que empiezan a desempeñar, se convierte en el dominio objeto. Es lo que se intenta conocer.

En la propuesta de Lakoff y Johnson, los valores-fuente más recurrentes que nos permiten crear metáforas cotidianas son los cuerpos, en primera instancia los cuerpos humanos, pero en sentido amplio todo aquello que tenga materia, de allí que cada uno de los personajes objeto y los personajes humanos son susceptibles de ser metaforizados en la cotidianidad.

Estos objetos se ubican en planos tridimensionales y se pueden personificar. La personificación es un tipo particular de metáfora, pero cuando los objetos desaparecen de la vista y del encuentro en las tres dimensiones, entonces debemos suponer que se haya en una cuarta dimensión. Justamente es lo que sucede en El Lago de la Memoria. Como no conocemos la cuarta dimensión, se crea la metáfora ontológica del otro patio, del otro espacio, el limbo, el otro lado del espejo, lo no conocido. Ese mundo resultará impensable y muy poco creíble para los que no lo han logrado conceptualizar.

Los estados de ánimo, las reflexiones, las meditaciones, los sueños, los recuerdos, la memoria, pueden ser espacios de una cuarta dimensión, de manera que los objetos y la memoria son elementos cotidianos que terminan por complejizarse en la ficción literaria, al entramarse con los recuerdos, con la historia, con los objetos simples, imperfectos, incompletos, inservibles, pero que cobran roles trascendentales en esa no realidad que finalmente modificará la realidad real. El Mundo de las Cosas Perdidas es sólo una metáfora que modifica el mundo real.

Obviamente, la capacidad de construir una metáfora sobre lo cotidiano depende de la cantidad de elementos cotidianos que seamos capaces de comprender y la necesidad de entender nuevos elementos en profundidad. De ahí que las comprensiones de esas metáforas serán distintas para cada lector. El lago de la memoria será leído por nosotros de distinta manera. Transitará desde una historia fantástica hasta una dura crítica a un régimen político específico, dependiendo de nuestra dinámica de creación metafórica.

La teoría de la estética de lo cotidiano nos permite crear metáforas en donde podemos trazar un vínculo entre la imaginación y la razón, elemento clave para salir de El Mundo de las Cosas Perdidas.

Finalmente, me referiré a la figura del desaparecido. El Mundo de las Cosas Perdidas es un espacio de desaparecidos. Si bien son cosas que se han perdido, al entrar en esa dimensión de El Mundo de las Cosas Perdidas se cumplen roles sociales y políticos. Se ordenan según una normativa instaurada desde el absurdo. Pero el mundo real, el mundo conocido, también es un espacio de entes desaparecidos.

Victoria desapareció de Nicaragua 40 años atrás. Camilo desapareció del todo en un tiempo similar, cuando muchos otros desaparecieron. Victoria, como la madre de Raquel, desapareció de la vida de su hija, como muchos otros sujetos han ido desapareciendo de los espacios de conflictos armados políticos en el mundo y, particularmente, en Latinoamérica.

Los objetos se convierten en una especie de metáfora particular llamada metonimia, en donde una cosa significa otra mayor de su tipo.

En la literatura latinoamericana se ha pensado la figura de los desaparecidos o detenidos como una metonimia de la crisis de la representación social. Se desaparece o se detiene aquel que representa una identidad que no respalda al orden político, aunque éste se haya instaurado de una manera ilegítima.

El detenido y el desaparecido deben ser debilitados por el orden para que se cuestione su identidad, su valor y las lógicas políticas que defienden. Se trata de invisibilizar al desaparecido o al detenido. Por eso es importante separarlo de un espacio en el que pueda ser visto.

Los calabozos, así como las fosas comunes y clandestinas en el ámbito de la realidad y los mismos calabozos Mundo de las Cosas Perdidas son espacios de desaparición. Sin embargo, el desaparecido genera un conflicto cognitivo, pues deja de ser una presencia en la realidad, pero se convierte en una presencia más fuerte en la memoria y en el pensamiento, que es una metáfora de esa cuarta dimensión de la que hablamos hace unos instantes.

De manera que no es de extrañar que Camilo reaparezca en una carta, ni que se conozcan los pormenores de la desaparición de tantos durante el viaje en el Mundo de las Cosas Perdidas. En palabras de Nicola Pierre, existe un deber de la memoria que se divide en tres momentos.

Uno inicial, que es el momento del silencio. Este coexiste con la incapacidad de escucha por parte de la sociedad. Es el instante posterior al desaparecimiento, lo cual facilita otros desaparecimientos.

Luego viene un segundo momento, que es el momento de la palabra, el testimonio y la reivindicación. Aquí se reimpulsan las identidades diversas al orden impuesto y se valoran sus luchas.

Finalmente, se da el momento de la memoria. Es un momento activo en el que se celebran ceremonias conmemorativas.

Los tres momentos están presentes en el texto. El recuerdo de Victoria huyendo, dejando atrás su familia, su país, sin un futuro claro, solamente silenciada por el bien del orden político. Pero también todos sus compañeros de guerrilla, algunos con destinos en una fosa sin nombre para la memoria.

El segundo momento es justamente el despertar de la memoria en el mundo de las cosas perdidas y la reivindicación de su ejercicio político de juventud en el encuentro mismo con la razón de la memoria.

Y el tercer momento no es solo el encuentro de Victoria y Arlen con Diego y Raquel, es también el anillo de matrimonio, la billetera, el anillo de oro blanco, el retrato de una dama, un certificado de nacimiento, las monedas, de la carta, todos los objetos de celebración por la memoria que representan.

Cada lectura es una escritura. Todos leemos el mismo texto, pero nuestras metáforas cotidianas nos llevarán a significados distintos.

Les deseo una lectura llena de estructuras de sentido para cada uno de ustedes, que al final de cuentas, un libro nos resulta bueno cuando nos genera esa capacidad de comprender elementos de lo cotidiano y celebrar la comprensión de algo nuevo en nuestras vidas.

Muchas gracias.

El Lago de la Memoria - Rodrigo Soto

Rodrigo Soto es un escritor costarricense con una trayectoria destacada en cuento, novela, teatro, ensayo y guion cinematográfico. Ha publicado una veintena de títulos y es ganador en dos ocasiones del Premio Nacional Aquileo J. Echeverría. Tres de sus obras más reconocidas son El río que me habita, Figuras en el Espejo y El Nudo, que son referentes de la literatura costarricense contemporánea. Actualmente trabaja en el campo de la comunicación social y explora desde hace dos décadas la biografía.

Ponencia presentada en la presentación en el Colegio de Periodistas el 5/Marzo/2025

Esta noche tengo que agradecerle a José Francisco tres cosas.

La primera es que me haya permitido ser testigo de excepción de la génesis y el desarrollo de este libro, hasta convertirse en la obra que presentamos hoy.

El proceso creativo tiene algo de enigmático. Obedecemos a impulsos e intuiciones que no sabemos exactamente a dónde nos llevan, aunque tenemos una idea borrosa de aquello que buscamos.

A medida que avanzamos, nos vamos dando cuenta de que lo que estamos buscando más que un destino o punto de llegada, es más bien un camino, o dicho de otra forma, que el tesoro que buscamos está en el mapa que estamos dibujando. El mapa es el tesoro, el camino es el destino.

Hace alrededor de 7 años, quizás un poco más, José Francisco me invitó a tomar un café para comentarme que desde algunos años atrás, lo rondaba la la idea de escribir un libro sobre un tema que le parecía potencialmente interesante. Le pregunté cuál era ese tema y, lo mismo que a él, la idea me pareció original y atractiva. Francamente no conocía ningún otro libro que hubiese abordado una temática similar. Así se lo dije y lo animé a lanzarse a la aventura.

Pero él no necesitaba que lo animara, pues estaba resuelto a hacerlo. Lo que me pidió fue que lo acompañara en el proceso, a modo de interlocutor con más experiencia que él y como amigo. Naturalmente, acepté.

Se inició así un proceso que resultó fascinante para mí. No exagero. Aunque ciertamente yo tenía más experiencia que José Francisco escribiendo libros, y aunque lo aconsejaba sobre la forma de proceder para hacerlo, descubrí casi de inmediato que, tan personal como el libro que él comenzaba a escribir, eran sus métodos de trabajo.

Lo que en mi caso solía ser un proceso completamente intuitivo, en el suyo se convertía más bien en algo riguroso y sistemático. Para mi asombro, me fue mostrando tablas de Excel en las que enlistaba objetos, personajes y características; me comentó también sobre varios libros que adquirió y leyó pues, desde su perspectiva, se relacionaban de alguna forma con su proyecto; más adelante vinieron nuevas tablas de Excel con expresiones propias del habla popular nicaragüense que se proponía introducir en el libro. No podría calificar su método como “científico”, pero comparado con los míos resultaba indudablemente metódico y sistemático.

Conforme pasaba el tiempo, debí agregar un tercer adjetivo: perseverante, y quizás un cuarto: obsesivo. En efecto, José Francisco demostró durante cada etapa del proceso de concepción y escritura de esta obra una meticulosidad algo maniaca, por así decirlo. Se empeñaba en revisar, afinar y corregir una y otra vez el argumento del libro, para acercarlo en todo lo posible a su idea original. Lo mismo hacía con el texto que ya había tomado forma.

No sé cuántas veces leí el libro ni cuándo fue la última vez que lo hice antes de volver a hacerlo ahora que ha sido publicado.

Lo que en cambio sí puedo decir ‒y esta es la segunda cosa que tengo que agradecerle esta noche a José Francisco‒ es que al cabo de tantos años, el resultado de su trabajo es profundamente original, pero además, una lectura sabrosa, entretenida y, muy a menudo, también divertida.

Suelo dividir mi análisis de un libro en tres planos o niveles. En primer lugar me pregunto dónde se inscribe la obra en el vasto mundo de la literatura y qué me dice de la época en que fue escrito y de la condición humana en general.

El segundo nivel en el que valoro un libro es el de su argumento: cómo se despliega o se organiza la historia, en términos de personajes, situaciones y acciones.

Y el tercer plano es el puramente textual: cómo está escrito, la riqueza o sabrosura de sus imágenes y de su lenguaje.

Digo sin ambages que en estos tres niveles el libro de José Francisco resulta excelente.

Empezando por el plano textual o escritural, los lectores advertirán de inmediato que tantas hojas Excel enlistando palabras y expresiones características rindieron fruto, pues no solo encontrarán una enorme riqueza léxica en sus páginas sino ‒lo que sin duda es mejor y más importante‒ una gran sabrosura o sabrosera, como prefieran decir. En cuanto a lo argumental, “El lago de la Memoria” es una obra radicalmente original, como anoté ya en el texto de contratapa de la presente edición. Y cuando digo “radicalmente” quiero decir precisamente eso. No conozco otra obra que aborde este tema de la forma en que lo hace esta.

Por último, la novela de José Francisco reviste también innegable actualidad, no solo en lo que respecta a las circunstancias particulares de Nicaragua ‒que son su referencia más explícita‒ sino también más allá del hermano país, y nos hablan de asuntos universales, como son la añoranza y la búsqueda de un pasado perdido, la ambición, el expolio y la corrupción políticas, la entrega y el sacrificio y el perenne deseo de justicia.

La de esta novela es desde me punto de vista una aventura riesgosa, como afirmo también en el texto de la contratapa, pues combina dos convenciones narrativas o códigos estéticos muy diferentes entre sí, pero para que una aventura merezca ese nombre y valga la pena, debe asumirlos.

Termino diciendo que acompañar a José Francisco durante la escritura de este libro fue además una magnífica oportunidad para conocerlo mejor y para estrechar nuestros lazos de amistad y cariño. Y ese es el tercer motivo por el que tengo que agradecer esta noche a José Francisco.

¡Gracias y muchos lectores a tu libro, amigo!

El lago de la memoria de José Francisco Correa, el publicista nica respetado en Costa Rica

Migró en 1978 huyendo de la guerra y aunque soñaba con ser cineasta, las vueltas de la vida acabaron por convertirlo en un talentoso publicista en Costa Rica y ha publicado una novela recordando sus raíces nicaragüenses.

Redacción Publicado Domingo 23 de marzo de 2025 12:01 AM. La Prensa. Nicaragua.

Quiso ser arquitecto y se arrepintió a último minuto. José Francisco Correa soñó también con ser productor de cine, pero no existía en la oferta universitaria local y su familia no tenía recursos para enviarlo a otro país para cumplir esa fantasía. Al final optó por Publicidad.

Y fue publicista de éxito, además de docente universitario, investigador, vendedor y ahora novelista: José Francisco Correa Navas, un migrante nicaragüense, vuelve a sus raíces con el libro El lago de la memoria, una historia sobre lo que perdemos y lo que aún podemos reencontrar.

Durante más de cuatro décadas, José Francisco Correa, hoy de 61 años, ha sido una figura destacada en el ámbito de la comunicación, la publicidad y la academia en Costa Rica.

Fundador de una red regional de análisis de medios, impulsor de nuevas metodologías en estrategias de comunicación, y profesor de generaciones de comunicadores en la Universidad de Costa Rica, Correa ha combinado el oficio de emprender con el arte de enseñar.

Pero su trayectoria profesional no ha estado desligada de sus orígenes. Migrante desde los 14 años, Correa dejó Nicaragua en 1978 al borde de la guerra civil y construyó en Costa Rica una nueva vida marcada por el esfuerzo, la adaptación y el recuerdo.

Esa doble identidad —la del que se va, pero nunca se desprende del todo— es la que da forma a su nueva novela, El lago de la memoria, publicada por la Editorial Perro Azul.

La obra, que ha sido bien recibida por la crítica literaria costarricense, se mueve entre lo fantástico y lo histórico, entre lo doméstico y lo político, para contar el viaje de Victoria, una excombatiente nicaragüense que regresa del exilio y, al extraviarse junto a su nieta, entra en el país de las cosas perdidas. Una alegoría sobre la memoria, la pérdida y el reencuentro que, sin decirlo explícitamente, es también el viaje del propio autor hacia los objetos, afectos y paisajes de su infancia.

El publicista que quería hacer cine

Si alguien preguntara quién es José Francisco Correa Navas, más de uno respondería: “un académico”, “un consultor”, “un escritor”. Pero quizás la mejor manera de definirlo sea como un narrador en plural. Porque su vida se ha contado en varias voces y escenarios: el migrante, el publicista, el docente, el emprendedor, el novelista…

En la Costa Rica de los años ochenta, Correa no sólo fundó una de las empresas pioneras en monitoreo de publicidad en medios de la región —Media Gurú— sino que se atrevió a hacer lo que pocos: expandir su empresa a toda Centroamérica en plena posguerra. Lo hizo cuando aún no existían manuales de globalización para negocios pequeños.

Se casó siendo universitario, a los 19 años. A los 20 ya era padre y tenía una obligación y un deber que cumplir. Comenzó vendiendo zapatos de marca de casa en casa, a pagos, hasta que un amigo le propuso hacer monitoreo de la publicidad en los medios. Ahí fundó la empresa en 1985, recuerda. La llamaron Media Gurú y, para sorpresa suya, la fecha de constitución coincidió con el 19 de julio, aniversario de la Revolución que lo había alejado de su país. Mientras tanto, como si no fuera suficiente con dirigir una red regional de análisis publicitario, Correa también daba clases en la Universidad de Costa Rica (UCR) desde 1988. En las aulas formó generaciones en estrategia de medios, y desde la academia se convirtió en una figura respetada del mundo publicitario.

Granada en la maleta

José Francisco tenía 14 años cuando su madre decidió dejarlo todo y emigrar a Costa Rica. Era 1978, el preludio sangriento del fin de una dictadura y el inicio de otra historia nacional, igual de turbulenta. “Yo no quería venirme, pero había que hacerlo”, recuerda. Granada quedó atrás, pero no del todo.

Luego tocó adaptarse. A vivir como extranjero. A conocer a los otros.

“Mis amigos en la universidad siempre fueron los outsiders. Nunca los del centro. Creo que eso me reafirmó como alguien de fuera, pero también me permitió adaptarme”, confiesa Correa. Nunca renegó de su origen. Nunca lo disimuló. En los pasillos de la universidad, para sus amigos, siempre fue “el Nica”.

En su memoria, Nicaragua sigue viva en tardes de bicicleta rumbo al lago, en las escapadas a escondidas para nadar, en los juegos de trompo y las fajeadas aseguradas por desobediencia juvenil.

Hay también recuerdos de su vida como Boy Scout, de profesores como Fermín Iglesia, caricaturista de LA PRENSA, de concursos de dibujo, de libretas extraviadas con poemas de amor porque ya traía una vena de poeta: «En Nicaragua el que no es hijo de poeta es de…».

“Nos fuimos con la idea de regresar. Pero no regresamos”, dice. Esa memoria de un país que se fracturó lo acompaña como telón de fondo de todo lo que ha hecho, de lo que ha escrito.

El escritor y las cucharitas

Podría decirse que El lago de la memoria nació de una pérdida doméstica. Una tarde cualquiera, Correa descubrió que faltaban cinco cucharitas en su cocina. Entonces publicó un post en Facebook: “Help, debe haber un cielo o un infierno de las cucharitas. Se me han perdido cinco de doce. Que en paz descansen”.

Aquel chispazo insólito germinó en una novela. El post fue en 2011, pero no fue sino hasta 2017 que comenzó a escribir en serio. Falló en varios intentos, hasta que su amiga Damaris Madrigal se los rechazó sin piedad. Eran pésimos, lo admite. Luego acudió al escritor Rodrigo Soto, con quien se sentó cada mes a conversar de la vida: cucharitas, ideas, objetos, recuerdos, encuentros, pérdidas.

Pensó escribir la historia en un lugar sin definición, quería algo internacional, recuerda. Pero Rodrigo le dijo: ¿por qué no en América Latina? En un lugar del que vos tengás memoria, del que podás escribir. Y terminó situándola en Granada, lugar al que regresó casi 20 años después. Es, al final, una historia basada en una memoria muy suya. La novela, publicada veinte años después de su primer libro de cuentos, es un cruce de géneros, una mezcla de memorias y ficción, de arte y objetos, de lo que fuimos y lo que no volverá.

En sus propias palabras, no es una historia del exilio, sino del regreso. Del reencuentro con la niñez, con los ideales, con las pérdidas. Y, en el fondo, una travesía íntima del autor por su propia historia familiar, por el hilo político del país y por el pasado.

El país de las cosas perdidas

El lago de la memoria sigue a Victoria, una excombatiente de la revolución nicaragüense que tras más de treinta años de autoexilio en Brooklyn, regresa a Nicaragua, de donde salió a mediados de los años ochenta por contradicciones con su partido. Vuelve para reencontrarse con su hija Raquel, a quien dejó en brazos de los abuelos durante los años más cruentos del conflicto, y para conocer a su nieta Arlen.

En un paseo familiar, abuela y nieta se extravían y terminan —como si lo onírico se hubiese infiltrado en la realidad— en un universo paralelo: El país de las cosas perdidas.

Un territorio habitado por objetos extraviados: calcetines sin par, encendedores sin dueño, botones huérfanos, cucharitas solitarias. Y también por emociones suspendidas, heridas sin sanar, recuerdos que no encuentran reposo. En ese mundo, Victoria encuentra aliados insospechados y, sobre todo, claves para comprender su propio extravío.

La novela reconstruye la fractura de una vida, la de Victoria, y al mismo tiempo la de miles de vidas interrumpidas por la guerra, el exilio, la migración, el silencio. Desde la terminal aérea hasta las calles de Chorizo, en Managua, pasando por recuerdos del Repliegue a Masaya, del amor perdido con Camilo, del dolor de saberse ausente cuando más la necesitaban. El lago de la memoria se convierte en una parábola sobre lo que hemos sido y lo que todavía somos.

“Si nos perdemos, debemos buscarnos para encontrarnos”, reza una de las frases centrales de la novela. Y eso es lo que hace José Francisco Correa en esta obra: buscarse a través de Victoria. Volver, como ella, a su origen. Desenterrar los escombros de la memoria para entender qué quedó allí, flotando en el fondo.

La crítica ha sido generosa y ha destacado la creatividad de combinar una alegoría política con el registro fantástico y el rigor minucioso del cronista; destacan, además, el lenguaje y la potencia simbólica de los desaparecidos, así como la riqueza visual de su mundo.

Correa no sabe si habrá una adaptación al cine, pero si la hubiera, dice que le gustaría que se contara como una historia de Pixar. Fantástica, híbrida, conmovedora. De momento, no tiene prisa. El libro está en librerías, en presentaciones, en manos de lectores que —como él— buscan en las páginas algún objeto perdido de su propia vida.

El país de las cosas perdidas: Nueva novela regresa a una tierra y una dimensión paralela - Jurgen Ureña

Jurgen Ureña es un apasionado del séptimo arte y el ensayo. Sus trabajos de ficción, documental y videoarte poseen un estilo distintivo que lo han convertido en una de las voces más importantes del cine costarricense. Entre sus obras más destacadas están Muñecas Rusas, mejor director en el Festival Ícaro Centroamericano, y Abrázame como antes, ganadora del Mejor Largometraje Centroamericano en Festival Internacional de Cine en Costa Rica. Además de su labor como director, es profesor de historia del cine y curador de arte.

José Francisco Correa presenta su primera novela, ‘El lago de la memoria’, una narrativa de retorno que, como suele ocurrir en el género, revela que nunca se puede volver a casa.

Artículo publicado el 13 de abril de 2025 en Áncora. La Nación.

El lago de la memoria (2025), la primera novela escrita por Francisco Correa, cuenta la odisea de Victoria, una exguerrillera que regresa a Nicaragua, tras treinta años de exilio. Una tarde, a orillas del lago Cocibolca, Victoria queda atrapada junto con su nieta en una dimensión paralela que está poblada por todo tipo de objetos animados: cajas de fósforos, encendedores, cucharitas de té, argollas, monedas, cartas que no fueron enviadas y un larguísimo etcétera.

El lago de la memoria presenta un mundo barroco y aparatoso, en el sentido más amplio del término. Los antagonistas del relato son Smith y Wesson: dos revólveres que no por casualidad llevan el nombre del mayor fabricante de armas de fuego cortas de los Estados Unidos. A su lado aparecen otras celebridades bélicas como Excalibur, la espada del Rey Arturo, o la catana perdida del herrero japonés Masamune Ozaki.

Tal como hacía Lewis Carroll en Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas (1863), Correa hace de su novela un espejo social que ha devenido en espejismo. Además, reconfigura la noción de realidad mediante el absurdo y nos adentra en un paisaje conformado por sitios como el Acantilado del Abandono, el Puente de los Recuerdos, el Valle de la Distancia y el Camino de las Negligencias.

Francisco Correa (Granada, Nicaragua, 1964) es publicista y profesor de la Universidad de Costa Rica

Versos y multiversos

En un texto titulado Patas arriba (1998), Eduardo Galeano comentaba que, si la Alicia del país de las maravillas renaciera en nuestros días, “no necesitaría atravesar un espejo para descubrir el mundo al revés: le bastaría con asomarse a la ventana”. De manera análoga, Francisco Correa nos invita a atravesar un portal que conduce al corazón de la Nicaragua contemporánea. Una Nicaragua que puede ser interpretada como advertencia de excesos y ambiciones totalitarias en la región centroamericana.

Si la mayoría de los personajes imaginados por Lewis Carroll son un reflejo caricaturesco de la Inglaterra victoriana del siglo XIX, El lago de la memoria produce una crítica social mediante el retrato de una legión de tiranos, guardaespaldas, súbditos e informantes. Este compendio de personajes permite la reflexión sobre temas como el ansia de poder, la injusticia y los límites de la libertad, al tiempo que se sirve de un procedimiento muy apreciado en la tradición fantástica: la creación de universos paralelos.

¿Existe una puerta dimensional hacia un mejor país? ¿Es posible encontrarla y atravesarla? Correa propone esas y algunas otras preguntas en la trama de su texto y ubica ese portal junto a las laderas de los volcanes Concepción, Madera y Mombacho. Ese es el punto de partida de una odisea que se desarrolla como la proyección del deseo colectivo, tal como ocurría en La trama celeste: el cuento publicado por Adolfo Bioy Casares en 1984.

En ese cuento, tras un accidente aéreo, el aviador Ireneo Morris entra en un universo paralelo a la Argentina de su época. En tiempos de crisis que parecen hoy el estado permanente de las cosas, ¿quién no desearía vivir, aunque sea accidentalmente, en una realidad distinta de la suya? ¿Es posible la vida entre dos realidades: la deseada y la impuesta?

Varios siglos antes de que la serie Stranger Things (2016) nos mostrara una realidad escindida entre el mundo y el inframundo, nuestros pueblos originarios habían dado cuenta de esa diferencia esencial en sus cosmogonías, entre los mundos que habitamos los seres vivos y los espíritus. El lago de la memoria extiende su brazo largo y nos conecta con ese saber ancestral, tan valioso como olvidado.

Herederos de la avidez

En un poema titulado El Estrecho Dudoso (1966), Ernesto Cardenal imaginó junto al lago Cocibolca una conversación entre el explorador español Gil González Dávila y el cacique Nicarao, pautada por una pregunta insidiosa sobre la avaricia de los conquistadores: “¿Y para qué tan pocos hombres querían tanto oro?”

Cuatro siglos antes, en 1522, González Dávila había creído encontrar en ese lago el paso que comunicaría el océano Pacífico con el mar Caribe. La consideración del Lago Cocibolca como territorio de tránsito, que conduce de un continente a otro, no es un asunto menor en El Estrecho Dudoso de Ernesto Cardenal. Tampoco lo es la referencia a la avaricia de los conquistadores.

Estos elementos son retomados por Francisco Correa en El lago de la memoria, al punto de convertirlos en ejes fundamentales de su narrativa. En la novela, los déspotas y ambiciosos Smith y Wesson no solo figuran como herederos de la avidez española, sino que parecen haberla superado con creces mediante el impulso poderoso e inagotable del sistema capitalista.

“Vivimos el tiempo de los objetos. Con esto quiero decir que vivimos a su ritmo y según su incesante sucesión.”, comentaba en un ensayo titulado La sociedad de consumo (1970) el filósofo Jean Baudrillard. Sucesión incesante. Proliferación. Acumulación de objetos que representan riqueza, que se utiliza para conseguir nuevos objetos. Esas son las grandes consignas de nuestros días.

Smith y Wesson no sólo tienen demasiado, sino que ansían mucho más. Siempre más. Viven en una guarida cargada de objetos de inmenso valor —como la cueva de Alí Babá y los cuarenta ladrones— y en su lista interminable de deseos figuran el Arca de la Alianza que contenía las tablas de los Diez Mandamientos, las estatuas que adornaban la Fuente del Zodiaco del Antiguo Palacio de Verano de Pekín y la mesa redonda del rey Arturo.

Así, conforme El lago de la memoria da cuenta de la inmensa cantidad de objetos que obsesiona a sus protagonistas, comprendemos que somos poseídos por nuestras posesiones y que nuestra cueva de los tesoros es también, ante todo, nuestra cárcel. ¿Recuerdan la prisión que aparecía en los cómics y en las películas de Superman, que convertía a los criminales cautivos en figuras espectrales, desconectadas de la realidad? Pues eso.

En 2005 Francisco Correa publicó el libro de cuentos titulado Alguien singular, también con la editorial Perro Azul

Memoria y victoria

El lago de la memoria cita algunas batallas memorables como las de los atenienses en las Termópilas, Sandino en Bramadero y Toro Sentado en Little Bighorn. Se trata de batallas desproporcionadas, que conducirían inevitablemente a la derrota, a no ser por la confianza en las causas perdidas. Así, mediante un ingenioso salto del lenguaje, Correa vincula el país de las cosas perdidas con el de las causas perdidas. Un país añorado en el que, por fin, vencen los ideales.

Por otra parte, los ideales de juventud y la precipitada huida de Victoria se enfrentan, años después, con el reclamo de su hija. “¿Mamá, por qué decidiste irte? ¡Hubiera preferido estar con vos!” Ese momento clave de la novela ofrece una mirada comprensiva sobre los traumas familiares producidos por la revolución sandinista y la complejidad de las relaciones entre madre e hija. Esos temas aparecen también en la más reciente novela de la nicaragüense Gioconda Belli, titulada, significativamente, Un silencio lleno de murmullos (2024).

En El lago de la memoria se dan cita otros eventos significativos en la historia de Centroamérica y el Caribe, como el hundimiento del galeón San José, que naufragó en 1708 frente a las costas del Caribe colombiano, la invasión a Panamá por parte de los Estados Unidos o las protestas de 2018 en Nicaragua. Estos eventos conforman una arquitectura laberíntica, un edificio fabuloso y de entramado complejo en el que conviven el juego, la melancolía y el humor.

¿Cómo se habita esta novela? ¿Cómo se emprende el camino de regreso del país las cosas perdidas? ¿Cómo definir un texto que entrelaza los ideales revolucionarios y el trauma familiar con el mundo desbordado de los objetos? ¿Es esta novela un lugar, un juguete rabioso, o la confluencia de todos los lugares, como ocurría en El Aleph (1949) de Jorge Luis Borges? A falta de mejores definiciones, podríamos afirmar que El lago de la memoria es un objeto literario no identificado. Un OLNI deslumbrante. Pasen, lean y disfruten el vuelo.

El lago de la memoria se presentó el pasado 5 de marzo, en el Colegio de Periodistas de Costa Rica. La novela está disponible en las librerías Internacional, Andante, Patio Abierto, Duluoz o en perroazulcr.com

Ponencia para la presentación de El Lago de la Memoria - Marianela Camacho

Marianela Camacho es una filóloga, lingüista y editora costarricense. Es conocida por su trabajo en la Editorial Costa Rica, donde se desempeña como Jefe de Producción Editorial desde 2007 y ha editado más de 350 obras. También ha trabajado de forma independiente como editora y correctora de estilo, y ha publicado artículos sobre edición y libros electrónicos.

Ponencia presentada en la presentación en la Feria Internacional del libro Universitario FILU 2025 el 15/Mar/2025

Buenas tardes a todos y a todos. Muchas gracias por acompañarnos en este espacio para la presentación de la novela El lago de la memoria, del escritor José Francisco Correa, la que, de entrada debo decir, es un gran aporte a la literatura centroamericana contemporánea, porque es un libro que trasciende los límites de la narrativa convencional para ofrecernos un retrato profundo y conmovedor sobre el exilio, la identidad y la reconciliación con el pasado. Aprovecho el espacio para agradecer a los colegas de Ediciones Perro Azul por invitarme a comentar este texto, para mí es un honor compartir con ustedes algunos de mis apuntes sobre este libro.

Una travesía entre la memoria, la historia y lo fantástico

En el corazón de la novela se encuentra Victoria, una exguerrillera nicaragüense que regresa a su país tras más de treinta años de exilio político en Estados Unidos. Su regreso es tanto un viaje físico como emocional y simbólico, pues al reencontrarse con su hija Raquel y su nieta Arlen, Victoria confronta los fantasmas de su pasado revolucionario, la distancia afectiva con su familia y una Nicaragua que, aunque distinta, mantiene muchas de las contradicciones que ella conoció y vivió.

En un punto determinado la narración hay un giro realmente interesante: Victoria y Arlen se pierden en el "Mundo de las Cosas Perdidas", un universo fantástico donde objetos extraviados cobran vida y cuentan sus propias historias. Nos encontramos, entonces, con calcetines parlantes, brújulas con personalidad y otros objetos animados que las guían a ambas en su búsqueda de una salida. Aquí hay otra revolución, pero literaria: la de un viaje simbólico, no solo una aventura; para mí, se trata de una exploración de la memoria, el exilio y la identidad, así como una reflexión sobre la traición y el costo de la revolución sandinista.

Innovación narrativa y estética literaria

Uno de los aspectos más notables de El lago de la memoria es su estructura narrativa híbrida, que fusiona el realismo con elementos de realismo mágico (digresión: para no entrar en discusiones estéticas y estilísticas, yo entiendo que se presenta el realismo mágico cuando se muestra lo irreal o extraño como algo cotidiano y común; se muestra una realidad alterada, pues) e historia política. La narración fluye entre la experiencia personal de Victoria, el contexto histórico de la revolución sandinista y el mundo onírico donde la memoria y el tiempo se desdibujan.

El lenguaje de Correa es otro de los pilares de la novela. Su prosa, evocadora y rica en matices, logra transportarnos a los paisajes nicaragüenses, desde la calidez de Granada hasta la belleza del Lago de Nicaragua. Sus descripciones no son meros adornos, sino vehículos de sensaciones que nos sumergen en la nostalgia y la reflexión. Además, el autor maneja muy bien los diálogos, con lo que dota a los personajes de una autenticidad que los vuelve próximos al lector.

Personajes y desarrollo temático

Victoria es un personaje humano, complejo y lleno de matices. Su lucha interna entre su pasado revolucionario y su presente como abuela exiliada es el eje emocional de la novela.

Raquel, su hija, representa a la generación que creció sin sus padres militantes y enfrenta, como lo hacemos todos nosotros a diario, sus propias heridas.

Arlen, con su inocencia infantil, es el puente entre Victoria y Raquel; ella presagia un posible cierre de heridas a través de la imaginación y el juego.

Los personajes fantásticos también juegan un papel clave en la historia. Los calcetines Fermín e Iván, por ejemplo, no solo aportan humor, sino que también encarnan la temática central de la pérdida y la memoria. Su diálogo con Victoria y Arlen no es solo una interacción absurda, sino una reflexión sobre la identidad y la reconciliación con el pasado.

Ahora bien, desde la antroponimia y la onomástica literaria, los nombres de Victoria, Raquel y Arlen no solo identifican a los personajes, sino que también funcionan como una representación simbólica del papel que desempeñan en la novela. Estos nombres sugieren, de manera sutil pero significativa, las características psicológicas y los arcos narrativos de cada una, además de reflejar la hibridez cultural de la identidad latinoamericana, marcada por influencias latinas, hebreas y anglosajonas.

Victoria: el triunfo sobre la memoria y el exilio

Victoria, nombre de origen latino que significa "la que vence y triunfa", es una elección que resuena poderosamente con su historia. Como exguerrillera, su vida estuvo marcada por la lucha revolucionaria, y aunque el curso de la historia la llevó al exilio, su retorno implica una victoria personal y emocional sobre el desarraigo. Sin embargo, su victoria no es de carácter bélico ni político, sino íntima y existencial: triunfa sobre su propia culpa, sobre el tiempo y sobre el olvido. Como sugiere la novela, el regreso a Nicaragua no es solo físico, sino también simbólico: una confrontación con su pasado que la obliga a redefinir su identidad. En este sentido, el nombre de Victoria no solo es una declaración de fortaleza, sino también un presagio de la reconciliación que buscará a lo largo de la obra.

Raquel: el liderazgo materno y la herida del abandono

Raquel es un nombre de origen hebreo que significa "oveja", pero que, en la tradición bíblica, también alude a la esposa preferida de Jacob y a la madre de José y Benjamín, dos figuras centrales en la genealogía de Israel. En el contexto de la novela, Raquel representa la figura de la madre que se ha visto forzada a la fortaleza y el liderazgo por las circunstancias. Creció sin su madre Victoria, quien la dejó atrás debido al exilio, y en su adultez ha tenido que enfrentar la vida con una dureza que encierra un profundo resentimiento. Al igual que la Raquel bíblica, que muere dando a luz, esta Raquel también ha experimentado una pérdida materna, aunque en un sentido inverso: la ausencia de su madre le ha hecho cargar con el peso del abandono y la incertidumbre. Su nombre, entonces, resalta su papel como madre protectora de Arlen, su liderazgo dentro de la familia y su lucha interna entre el rencor y el perdón.

Arlen: la promesa de la reconciliación

Arlen es un nombre de origen gaélico que puede traducirse como "promesa", y en algunas interpretaciones modernas se asocia con la nobleza y la justicia. En la novela, Arlen es mucho más que una niña: es el puente entre dos generaciones separadas por la historia y el exilio. Su curiosidad, inocencia y apertura a lo fantástico la convierten en el personaje que permite que la reconciliación entre Victoria y Raquel sea posible. En este sentido, su nombre es emblemático: representa la esperanza de un futuro sin las cargas del pasado, la posibilidad de sanar las heridas heredadas y de mirar hacia adelante.

Además, el hecho de que su nombre tenga un origen anglosajón (gaélico) también puede interpretarse como una señal de hibridación cultural. Mientras Victoria y Raquel tienen nombres profundamente enraizados en la tradición latina y judeocristiana, Arlen refleja una identidad más globalizada, lo que podría simbolizar la nueva generación, menos atada a los conflictos del pasado y más abierta a la transformación.

El uso de estos nombres en El lago de la memoria no parece casual. A través de Victoria, Raquel y Arlen, el autor construye una genealogía simbólica de la historia reciente de Nicaragua: Victoria encarna la generación de la revolución y el exilio; Raquel, la de los hijos que crecieron en ausencia y desencanto; y Arlen, la de los nietos que pueden reconstruir los lazos rotos. Sus nombres, con sus raíces diversas, también evidencian la mezcla de tradiciones e influencias que conforman la identidad latinoamericana contemporánea, en la que coexisten lo europeo, lo judeocristiano y lo anglosajón en un mismo entramado de significados.

Así, el nombre de cada una no solo define su carácter, sino que también refuerza la idea de que la memoria, como el lago que da título a la novela, es un espacio fluido donde el pasado, el presente y el futuro se entrelazan constantemente.

Principales virtudes de la obra

El lago de la memoria es una novela que destaca por su capacidad de explorar temas universales desde una perspectiva original. Desde mi lectura, algunos de sus mayores logros son:

• La construcción de los personajes, como mencioné antes. • Exploración profunda de la memoria y el exilio: La historia de Victoria es un reflejo de las luchas de muchas personas que han vivido en contextos de conflicto y exilio. La novela ofrece una mirada crítica sobre la Revolución Sandinista y sus consecuencias. Lo que resulta muy apropiado para entender, en parte, el contexto de lo que sucede hoy en Nicaragua. • Uso innovador del realismo mágico: La creación del "Mundo de las Cosas Perdidas" no es un simple artificio literario, sino que es una exploración simbólica de la memoria, la pérdida y la identidad. • Lenguaje poético y evocador: Correa combina lo lírico con lo coloquial, logrando así una prosa que resuena tanto en lo emotivo como en el pensamiento.

Cierre: una obra relevante

El lago de la memoria es una novela que dialoga con la literatura del exilio, la memoria histórica y la reflexión política, pero también se abre a la experimentación narrativa y al juego simbólico.

José Francisco Correa nos entrega una obra bella y profunda, capaz de conmover y de safiar al lector. En un tiempo donde la literatura centroamericana busca nuevas formas de contar su historia (porque nuestras realidades y circunstancias de vida cambian vertiginosamente todos los días), esta novela se erige como un testimonio imprescindible sobre la identidad, la nostalgia y el eterno dilema del regreso. Cierro con una cita de la novela en la que no solo se revela su título, también ofrece claves para su lectura e interpretación textual:

"Granada es intemporal. Se ha conservado calcada desde que Victoria se fue. Siempre las mismas vendedoras en las mismas esquinas y los mismos borrachos en las mismas aceras. El lago de la memoria es un agujero negro que atrapa el pasado y el presente en la misma dimensión espacio temporal, en donde confluyen todas las historias simultáneamente: su casa de muñecas, sus padres, los juegos infantiles con los niños del barrio, sus amigas colegiales y universitarias, su ingreso a la guerrilla y su exilio" (p. 17).

Los invito, pues, a sumergirse en sus páginas y dejarse llevar por la corriente de la memoria, esa que, como un lago, nunca deja de moverse.

Muchas gracias al autor por el placer de la lectura de este texto. Gracias a Perro Azul por este hallazgo literario. Y muchas gracias a ustedes por su atención.