Damaris Madrigal es una destacada filóloga, académica y especialista en estudios de género. Es doctora en Educación y cuenta con una especialidad académica en Lingüística y Antropología. Sus áreas de especialidad incluyen el lenguaje y la cultura popular, destaca el Diccionario Ilustrado del habla popular costarricense. Asimismo, sobresale su trabajo en la Sede de Occidente de la Universidad de Costa Rica. Su compromiso con la educación superior y la regionalización la han convertido en una referente en su campo.
Ponencia presentada el 5 de Marzo en el Colegio de Periodistas
Buenas noches. Bueno, ante todo le agradezco a José por la invitación a participar en la presentación de este libro, del cual he podido ver el proceso de escritura desde junio. Eso fue antes de la pandemia y justo antes de que empezaran los momentos políticos más álgidos de Centroamérica.
La primera vez que yo leí esta novela, apenas alcanzaba unas 100 páginas. Estaba narrada desde la voz infantil de la nieta y, cuando le devolví mis impresiones a José, recuerdo haberle dicho que me parecía que encajaba más en literatura juvenil. Estas y otras razones me llevaron a opinar que no consideraba que se tratara en ese momento de un producto publicable. Con palabras más discretas, se lo dije a José en aquel momento.
Además, en ese entonces, había mucho elemento suelto en historia, por lo que le dije que me parecía que todavía no daba para una novela, sino para un cuento o varios cuentos, pero que todavía le faltaba. Luego vino una segunda versión y una tercera.
Para mí hubo una cuarta versión. Digo para mí porque, a otros lectores, yo sé que José les iba dando otras versiones. La versión número cuatro me gustó mucho más. Estaba mucho mejor estructurada y con mucha profundidad narrativa.
La quinta versión, cuando menos de las que yo tengo noticia, es la que hoy presentamos aquí y que ha llegado a nuestras manos.
Cuando empleo el término de versiones, no me refiero a las correcciones naturales de orden filológico y estético, que toda producción literaria debe recorrer, sino que en realidad se trataba de historias distintas, con los bocetos de unos personajes y un cuadro físico y temporal similar, pero que nos remiten necesariamente a lecturas muy diferentes.
De hecho, la primera versión tenía otro título. No lo voy a decir aquí porque esos son los detalles que solamente los autores saben si quieren revelar, pero tenía otro título. Solamente voy a decir que se parecía mucho a estas consignas que remiten mucho a las revoluciones latinoamericanas.
La tercera y cuarta versiones las conocí sin título y en un momento hasta con otro autor, porque se valoró la posibilidad de publicar con seudónimo, inclusive se valoró la posibilidad de un nombre femenino, hasta que la versión final lleva por título El Lago de la Memoria y su autor es quien la firma.
Ahora quiero enfocarme en tres aspectos que me resultan particularmente resaltables de esta novela que nos convoca hoy.
El primer elemento es el manejo del código. Ya saben que es mi especialidad la lingüística.
El segundo, es la perspectiva desde la estética de lo cotidiano y, el tercer elemento al que haré referencia, es la figura del desaparecido.
En lingüística cuando hablamos del código nos estamos refiriendo al lenguaje mismo.
Cuando hablamos del castellano todos somos capaces de emplear el lenguaje con una cierta destreza funcional, que nos faculta para expresar nuestro pensamiento y entrar en contacto con nuestros semejantes.
Esta práctica lleva en cada uno de nosotros un sello personal. Cada uno de nosotros se ha apropiado de un conjunto de recursos lingüísticos que nos caracterizan como hablantes. Eso es lo que conocemos como estilo lingüístico. Pues en la ficción literaria cada uno de los personajes debe quedar configurado con un estilo lingüístico propio. Cada personaje debe expresarse de manera tal que corresponda con la construcción natural de su identidad lingüística, la cual estará necesariamente atravesada por tres variables, el tiempo en que le ha tocado vivir a ese personaje, su estrato social y el lugar del que proviene.
Esas son las variables diafásicas, diastráticas y diatópicas que nos enmarcan la identidad lingüística, pero además contribuirán las historias de vida que cada uno haya recorrido. Recuerdo que en las primeras versiones le había dicho a José que le faltaba mejorar los personajes y mejorar los diálogos.
La construcción de los personajes era un poco naif y algunas de las conversaciones entre la abuela y la nieta, Arlen, eran algo ingenuas.
A esto había que sumarle que la narración empleaba, la primera narración, empleaba un lenguaje complejo propio de hablantes adultos, pero la niña, ya en su personaje, era sólo una niña pequeña.
Pues bien, debo rescatar el excelente trabajo que en este sentido refleja la obra.
El uso impecable del voceo pronominal monoptongado que registran los hablantes nativos desde los planos de la confianza. En tanto, los extranjeros emplean el tuiteo para esas mismas circunstancias, el ustedeo generalizado. El uso de fórmulas de tratamiento como títulos militares, apelativos de confianza, conversaciones en diferentes idiomas para los objetos importados, marcas nombre, entre otros.
Igualmente, bien trabajado el de las formas prototípicas del habla nicaragüense para referirse a acciones concretas. Así leemos en un pasaje:
Detenete, dundo, ¿no oíste?
Que si bien la palabra dundo se usa en Costa Rica, su registro es muy escaso y solamente significa tonto. Pero en Nicaragua además se refiere a la persona que actúa de una manera tonta por falta de o de entendimiento. En Costa Rica habríamos usado un término similar a baboso. En otra cita podemos leer: Chocho, es que son brutos. Es un claro uso del elemento interjectivo chocho, muy propio del habla nicaragüense, del que en Costa Rica no tenemos un sinónimo absoluto.
No equivale a diay en ninguna de sus acepciones. Se parece más a la interjección, pero dicho con verdadero asombro. Bien, volviendo al punto de análisis, es así como en este detalle el uso lingüístico de todos los personajes y los espacios quedan perfectamente caracterizados, lo cual resalta desde la perspectiva de la escritura misma, desde el ejercicio de escribir, y es definitivamente un primer valor de este texto. Ese excelente manejo del código y el cuidado de los detalles transporta a los lectores al espacio de la narración y facilita dibujar en la mente a los personajes.
Con respecto a la estética de lo cotidiano, empezaré por decir que me parece un encuadre teórico válido, porque la idea sobre cómo se configura el Mundo de las cosas perdidas está basada en el acto cotidiano de perder involuntariamente objetos, los que, si partimos de la afirmación de que la materia no se crea ni se destruye, entonces deben ir a dar alguna parte.
La estética de lo cotidiano es una propuesta que intenta comprender las de la vida cotidiana. Propone que las metáforas son niveles profundos de pensamiento, más allá de recursos plenamente estéticos propios del lenguaje literario.
Todos metaforizamos conceptos en nuestra vida cotidiana. Por lo tanto, la metáfora de lo cotidiano estructura nuestro pensamiento y nos proporciona las herramientas para comprender con lenguaje simple, eventos complejos de la vida real.
La teoría de la metáfora de la cotidiano fue planteada por Lakoff y Johnson. Se fundamentaron en la propuesta de que aquello que es complejo, el ser humano lo puede equiparar conceptualmente con lo que conoce.
Es así como las diferentes culturas van complejizando y profundizando los niveles de pensamiento al ir sobrepasando lo conocido. Es decir, se puede comprender la realidad desconocida a partir del replanteamiento de lo conocido. Lo que conocemos y comprendemos bien se llama dominio fuente. Es la base del reconocimiento. Lo que se le quiere comprender es el dominio objeto, objeto de la comprensión.
De manera que el lago de la memoria puede ser leído desde la estética a lo cotidiano, en donde todos los elementos expresados y conocidos por los lectores, la tapita de lapicero, el dedal, la boina, los fósforos, la llave, la cerradura, el galeón, las cartas, el bolso verde olivo, el soldadito, los anillos, las tijeras, los lapiceros, los cabitos de lápiz, las cucharillas, entre muchos otros objetos, encierran en lo cotidiano un valor común. Son en sí mismos una fuente de concepto. De allí que sean llamados valor-fuente. Mientras que la compleja trama social que se teje entre ellos, los roles políticos y sociales que empiezan a desempeñar, se convierte en el dominio objeto. Es lo que se intenta conocer.
En la propuesta de Lakoff y Johnson, los valores-fuente más recurrentes que nos permiten crear metáforas cotidianas son los cuerpos, en primera instancia los cuerpos humanos, pero en sentido amplio todo aquello que tenga materia, de allí que cada uno de los personajes objeto y los personajes humanos son susceptibles de ser metaforizados en la cotidianidad.
Estos objetos se ubican en planos tridimensionales y se pueden personificar. La personificación es un tipo particular de metáfora, pero cuando los objetos desaparecen de la vista y del encuentro en las tres dimensiones, entonces debemos suponer que se haya en una cuarta dimensión. Justamente es lo que sucede en El Lago de la Memoria. Como no conocemos la cuarta dimensión, se crea la metáfora ontológica del otro patio, del otro espacio, el limbo, el otro lado del espejo, lo no conocido. Ese mundo resultará impensable y muy poco creíble para los que no lo han logrado conceptualizar.
Los estados de ánimo, las reflexiones, las meditaciones, los sueños, los recuerdos, la memoria, pueden ser espacios de una cuarta dimensión, de manera que los objetos y la memoria son elementos cotidianos que terminan por complejizarse en la ficción literaria, al entramarse con los recuerdos, con la historia, con los objetos simples, imperfectos, incompletos, inservibles, pero que cobran roles trascendentales en esa no realidad que finalmente modificará la realidad real. El Mundo de las Cosas Perdidas es sólo una metáfora que modifica el mundo real.
Obviamente, la capacidad de construir una metáfora sobre lo cotidiano depende de la cantidad de elementos cotidianos que seamos capaces de comprender y la necesidad de entender nuevos elementos en profundidad. De ahí que las comprensiones de esas metáforas serán distintas para cada lector. El lago de la memoria será leído por nosotros de distinta manera. Transitará desde una historia fantástica hasta una dura crítica a un régimen político específico, dependiendo de nuestra dinámica de creación metafórica.
La teoría de la estética de lo cotidiano nos permite crear metáforas en donde podemos trazar un vínculo entre la imaginación y la razón, elemento clave para salir de El Mundo de las Cosas Perdidas.
Finalmente, me referiré a la figura del desaparecido. El Mundo de las Cosas Perdidas es un espacio de desaparecidos. Si bien son cosas que se han perdido, al entrar en esa dimensión de El Mundo de las Cosas Perdidas se cumplen roles sociales y políticos. Se ordenan según una normativa instaurada desde el absurdo. Pero el mundo real, el mundo conocido, también es un espacio de entes desaparecidos.
Victoria desapareció de Nicaragua 40 años atrás. Camilo desapareció del todo en un tiempo similar, cuando muchos otros desaparecieron. Victoria, como la madre de Raquel, desapareció de la vida de su hija, como muchos otros sujetos han ido desapareciendo de los espacios de conflictos armados políticos en el mundo y, particularmente, en Latinoamérica.
Los objetos se convierten en una especie de metáfora particular llamada metonimia, en donde una cosa significa otra mayor de su tipo.
En la literatura latinoamericana se ha pensado la figura de los desaparecidos o detenidos como una metonimia de la crisis de la representación social. Se desaparece o se detiene aquel que representa una identidad que no respalda al orden político, aunque éste se haya instaurado de una manera ilegítima.
El detenido y el desaparecido deben ser debilitados por el orden para que se cuestione su identidad, su valor y las lógicas políticas que defienden. Se trata de invisibilizar al desaparecido o al detenido. Por eso es importante separarlo de un espacio en el que pueda ser visto.
Los calabozos, así como las fosas comunes y clandestinas en el ámbito de la realidad y los mismos calabozos Mundo de las Cosas Perdidas son espacios de desaparición. Sin embargo, el desaparecido genera un conflicto cognitivo, pues deja de ser una presencia en la realidad, pero se convierte en una presencia más fuerte en la memoria y en el pensamiento, que es una metáfora de esa cuarta dimensión de la que hablamos hace unos instantes.
De manera que no es de extrañar que Camilo reaparezca en una carta, ni que se conozcan los pormenores de la desaparición de tantos durante el viaje en el Mundo de las Cosas Perdidas. En palabras de Nicola Pierre, existe un deber de la memoria que se divide en tres momentos.
Uno inicial, que es el momento del silencio. Este coexiste con la incapacidad de escucha por parte de la sociedad. Es el instante posterior al desaparecimiento, lo cual facilita otros desaparecimientos.
Luego viene un segundo momento, que es el momento de la palabra, el testimonio y la reivindicación. Aquí se reimpulsan las identidades diversas al orden impuesto y se valoran sus luchas.
Finalmente, se da el momento de la memoria. Es un momento activo en el que se celebran ceremonias conmemorativas.
Los tres momentos están presentes en el texto. El recuerdo de Victoria huyendo, dejando atrás su familia, su país, sin un futuro claro, solamente silenciada por el bien del orden político. Pero también todos sus compañeros de guerrilla, algunos con destinos en una fosa sin nombre para la memoria.
El segundo momento es justamente el despertar de la memoria en el mundo de las cosas perdidas y la reivindicación de su ejercicio político de juventud en el encuentro mismo con la razón de la memoria.
Y el tercer momento no es solo el encuentro de Victoria y Arlen con Diego y Raquel, es también el anillo de matrimonio, la billetera, el anillo de oro blanco, el retrato de una dama, un certificado de nacimiento, las monedas, de la carta, todos los objetos de celebración por la memoria que representan.
Cada lectura es una escritura. Todos leemos el mismo texto, pero nuestras metáforas cotidianas nos llevarán a significados distintos.
Les deseo una lectura llena de estructuras de sentido para cada uno de ustedes, que al final de cuentas, un libro nos resulta bueno cuando nos genera esa capacidad de comprender elementos de lo cotidiano y celebrar la comprensión de algo nuevo en nuestras vidas.
Muchas gracias.