Rodrigo Soto es un escritor costarricense con una trayectoria destacada en cuento, novela, teatro, ensayo y guion cinematográfico. Ha publicado una veintena de títulos y es ganador en dos ocasiones del Premio Nacional Aquileo J. Echeverría. Tres de sus obras más reconocidas son El río que me habita, Figuras en el Espejo y El Nudo, que son referentes de la literatura costarricense contemporánea. Actualmente trabaja en el campo de la comunicación social y explora desde hace dos décadas la biografía.
Ponencia presentada en la presentación en el Colegio de Periodistas el 5/Marzo/2025
Esta noche tengo que agradecerle a José Francisco tres cosas.
La primera es que me haya permitido ser testigo de excepción de la génesis y el desarrollo de este libro, hasta convertirse en la obra que presentamos hoy.
El proceso creativo tiene algo de enigmático. Obedecemos a impulsos e intuiciones que no sabemos exactamente a dónde nos llevan, aunque tenemos una idea borrosa de aquello que buscamos.
A medida que avanzamos, nos vamos dando cuenta de que lo que estamos buscando más que un destino o punto de llegada, es más bien un camino, o dicho de otra forma, que el tesoro que buscamos está en el mapa que estamos dibujando. El mapa es el tesoro, el camino es el destino.
Hace alrededor de 7 años, quizás un poco más, José Francisco me invitó a tomar un café para comentarme que desde algunos años atrás, lo rondaba la la idea de escribir un libro sobre un tema que le parecía potencialmente interesante. Le pregunté cuál era ese tema y, lo mismo que a él, la idea me pareció original y atractiva. Francamente no conocía ningún otro libro que hubiese abordado una temática similar. Así se lo dije y lo animé a lanzarse a la aventura.
Pero él no necesitaba que lo animara, pues estaba resuelto a hacerlo. Lo que me pidió fue que lo acompañara en el proceso, a modo de interlocutor con más experiencia que él y como amigo. Naturalmente, acepté.
Se inició así un proceso que resultó fascinante para mí. No exagero. Aunque ciertamente yo tenía más experiencia que José Francisco escribiendo libros, y aunque lo aconsejaba sobre la forma de proceder para hacerlo, descubrí casi de inmediato que, tan personal como el libro que él comenzaba a escribir, eran sus métodos de trabajo.
Lo que en mi caso solía ser un proceso completamente intuitivo, en el suyo se convertía más bien en algo riguroso y sistemático. Para mi asombro, me fue mostrando tablas de Excel en las que enlistaba objetos, personajes y características; me comentó también sobre varios libros que adquirió y leyó pues, desde su perspectiva, se relacionaban de alguna forma con su proyecto; más adelante vinieron nuevas tablas de Excel con expresiones propias del habla popular nicaragüense que se proponía introducir en el libro. No podría calificar su método como “científico”, pero comparado con los míos resultaba indudablemente metódico y sistemático.
Conforme pasaba el tiempo, debí agregar un tercer adjetivo: perseverante, y quizás un cuarto: obsesivo. En efecto, José Francisco demostró durante cada etapa del proceso de concepción y escritura de esta obra una meticulosidad algo maniaca, por así decirlo. Se empeñaba en revisar, afinar y corregir una y otra vez el argumento del libro, para acercarlo en todo lo posible a su idea original. Lo mismo hacía con el texto que ya había tomado forma.
No sé cuántas veces leí el libro ni cuándo fue la última vez que lo hice antes de volver a hacerlo ahora que ha sido publicado.
Lo que en cambio sí puedo decir ‒y esta es la segunda cosa que tengo que agradecerle esta noche a José Francisco‒ es que al cabo de tantos años, el resultado de su trabajo es profundamente original, pero además, una lectura sabrosa, entretenida y, muy a menudo, también divertida.
Suelo dividir mi análisis de un libro en tres planos o niveles. En primer lugar me pregunto dónde se inscribe la obra en el vasto mundo de la literatura y qué me dice de la época en que fue escrito y de la condición humana en general.
El segundo nivel en el que valoro un libro es el de su argumento: cómo se despliega o se organiza la historia, en términos de personajes, situaciones y acciones.
Y el tercer plano es el puramente textual: cómo está escrito, la riqueza o sabrosura de sus imágenes y de su lenguaje.
Digo sin ambages que en estos tres niveles el libro de José Francisco resulta excelente.
Empezando por el plano textual o escritural, los lectores advertirán de inmediato que tantas hojas Excel enlistando palabras y expresiones características rindieron fruto, pues no solo encontrarán una enorme riqueza léxica en sus páginas sino ‒lo que sin duda es mejor y más importante‒ una gran sabrosura o sabrosera, como prefieran decir. En cuanto a lo argumental, “El lago de la Memoria” es una obra radicalmente original, como anoté ya en el texto de contratapa de la presente edición. Y cuando digo “radicalmente” quiero decir precisamente eso. No conozco otra obra que aborde este tema de la forma en que lo hace esta.
Por último, la novela de José Francisco reviste también innegable actualidad, no solo en lo que respecta a las circunstancias particulares de Nicaragua ‒que son su referencia más explícita‒ sino también más allá del hermano país, y nos hablan de asuntos universales, como son la añoranza y la búsqueda de un pasado perdido, la ambición, el expolio y la corrupción políticas, la entrega y el sacrificio y el perenne deseo de justicia.
La de esta novela es desde me punto de vista una aventura riesgosa, como afirmo también en el texto de la contratapa, pues combina dos convenciones narrativas o códigos estéticos muy diferentes entre sí, pero para que una aventura merezca ese nombre y valga la pena, debe asumirlos.
Termino diciendo que acompañar a José Francisco durante la escritura de este libro fue además una magnífica oportunidad para conocerlo mejor y para estrechar nuestros lazos de amistad y cariño. Y ese es el tercer motivo por el que tengo que agradecer esta noche a José Francisco.
¡Gracias y muchos lectores a tu libro, amigo!
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