viernes, 30 de mayo de 2025

La cartografía simbólica de un mundo fantástico - Vanessa Fonseca González

Vanessa Fonseca es filologa y Master en literatura latinoamericana por la Universidad de Costa Rica. Además, posee un doctorado en Publicidad en la Texas.

Yo también, al igual que uno de los personajes de esta novela, en una situación un poco extraordinaria, tuve que pasar un umbral que no esperaba y que me hace, precisamente, no estar compartiendo allá con ustedes. Sin embargo, en ese tránsito, que fue cruzar este umbral, y en el viaje que ha sido también la misma lectura de esta novela, me encontré porque me había perdido. Soy filóloga de primera mano y, en segundo nivel, tengo una especialidad en literatura latinoamericana, y he de confesar públicamente —y no me da vergüenza— que, desde hace muchos años, abandoné la práctica de lo que hoy malamente llaman lectura recreativa (la ficción) y me dediqué a otras ficciones. Así que esta lectura de un texto de alguien a quien aprecio mucho, profesional y personalmente, me hizo reencontrarme con esa que fui y que ya no soy tanto. Sin embargo, uno nunca deja de ser el que fue y no pude resistirme a encontrar, en sus páginas, muchas lecturas que me han forjado como lectora y como filóloga...

El Lago de la Memoria es una novela insólita, aún desde los propios mecanismos de producción escritural que despliega. Me referiré, en esta presentación, a varios aspectos que destaco en mi lectura de esta obra. Primero, El Lago de la Memoria es uno y muchos libros, como El Aleph de Borges, por el desfilan un sinnúmero de libros fundamentales para la historia de la literatura y, muy en particular, de la literatura que se dedica a construir mundos paralelos, mundos al revés, universos de sentido convexo que estetizan lo cotidiano y, muchas veces, terminan siendo grandes alegorías políticas o históricas que la crítica superficial clasifica como literatura fantástica o la exorciza catalogándola como literatura para niños. Tal es el caso de Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll, Las aventuras de Gulliver de Jonathan Swift, Viaje al centro de la Tierra o 20 mil leguas de viaje submarino de Julio Verne.

Este worlding, crear mundos imaginarios que a la vez funcionan como ecos de nuestras realidades políticas o históricas, es incluso un hecho que la misma ciencia respalda en el concepto de multiverso. Ya ha insistido Albert Einstein en que el tiempo y el espacio no son planos rígidos, separados ni lineales: son como una tela flexible que se dobla. Imaginemos, por un momento, que el universo es un libro gigante. Cada página del libro es un universo diferente. Nosotros vivimos en una de esas páginas y, paradójicamente, a la vez en muchas otras. La física cuántica ha comprobado experimentalmente que un mismo átomo puede estar en varios espacios/tiempos diferentes y hasta en dos o más estados de la materia a la vez. El Lago de la Memoria abre precisamente con una imagen a lo Macondo… Hagamos un ejercicio y cerremos los ojos… Voy a leer un fragmento donde se refiere la instancia narrativa a ese multiverso de olvidos, de ausencias presentes y de presencias ausentes: “El lago de la memoria es un agujero negro que atrapa el pasado y el presente en la misma dirección espacio-temporal, donde confluyen todas las historias simultáneamente” (Correa, 2025, p. 17).

Pueden abrir los ojos…

En estas palabras no puedo dejar de escuchar el susurro de Borges o García Márquez, en esos vasos comunicantes que nos trasladan de una dimensión a otra, de una narración a otras, a espacios/tiempos del eterno retorno de lo mismo, en palabras de Nietzsche.

Mal oficio es el del crítico que le anuncia, o incluso pretende sentenciarle, un solo camino de lectura a una obra. A mí, esta narración me ha hecho naufragar en mis propias lecturas pasadas, que ya creía perdidas, pero que, en su lectura, reaparecen como fantasmagóricos espejos. Probablemente la mía, como filóloga y como otrora especialista en literatura latinoamericana, es una lectura viciada de muchas lecturas añejas.

Toda lectura lo es… Sin embargo, reconozco en esta obra una producción auténticamente latinoamericana que, desde una narración hiperrealista, logra construir universos paralelos animados que me remiten a esos mundos fantásticos, como el de la película Labyrinth de Jim Henson y protagonizada por David Bowie, el universo hipersaturado del videojuego Machinarium o un cuadro alucinante y surrealista de Dalí, donde lo onírico es tan vívido e insólito que genera su propio mecanismo de significación.

Como diría Alejo Carpentier, la cotidianidad, lo real, se torna maravilloso. En esa oscilación, entre el hiperrealismo narrativo que describe con precisión quirúrgica cada objeto y centenares de miles de cosas que saturan ese mundo hasta casi desbordarlo, se asoma, sutilmente, la sátira crítica del poder, la corrupción, las injusticias. Porque también el olvido y la pérdida son parte de esos pliegos de la(s) tela(s) del multiverso, donde hasta los sueños de reivindicación y de libertad se pierden, se extravían en un tránsito incontrolable por escenarios inexorables, imposibles, abismales.

Plásticamente, El Lago de la Memoria también evoca esos mundos posibles como los de Oswaldo Guayasamín, mundos donde se entretejen las injusticias y se sueñan utopías, y también se ponen en escena teatros del destino, como los inventados en los mundos posibles de Xul Solar. Termino este segundo aspecto con una cita de la novela: “Hay muchos mundos y muchos sistemas de universos que existen simultáneamente. La única utilidad de un mundo real es su similitud con un mapa” (Correa, 2025, p. 94).

Paso a un segundo aspecto que he denominado la poética de lo imaginario, que se asoma en El Lago de la Memoria en un paisajismo extraordinario, como una cartografía poética. Tiene diferentes mecanismos de significación. Primero, las metáforas: “En Granada el tiempo gira y regresa al mismo sitio como las norias”. A mí me resuena a visitas a ciudades coloniales latinoamericanas, al tiempo vivido en España, a tiempos, espacios, al eterno retorno de lo mismo y que, irremediablemente, nos remite a otras narrativas metafóricas de la historia de América Latina, donde, a pesar de la modernidad, aún se puede acceder a zonas que parecen perdidas en el tiempo; hacen referencia a un tiempo originario, a un retorno, a desandar la historia como en Los pasos perdidos o Viaje a la semilla de Alejo Carpentier.

En El Lago de la Memoria confluyen muchos personajes disímiles, de muchas épocas, cosas que existieron y que no existieron, cosas fantásticas, cosas posibles. Es un maelstrom donde convergen también diferentes tiempos históricos que nos hacen recordar aquellas palabras de Borges en Otras inquisiciones: “Quizá la historia universal es la historia de la diferente entonación de algunas metáforas”. Un segundo mecanismo de esta poética de lo imaginario se manifiesta en la nominación: la novela exhibe una toponimia poética que nos asoma a lo sublime. Si el nominar es crear, tal y como se muestra en el Génesis judeocristiano o en el Popol Vuh maya, la topografía fantástica de El Lago de la Memoria nos expone en varias ocasiones al vértigo de lo insondable. Enumero algunos de estos parajes: “El Lago de la Oscuridad, El Acantilado del Abandono, La Puerta de la Luna, El Valle de la Distancia, La Cueva del Llanto…”.

En consonancia con lo anterior, el poder de la nominación de los personajes no es casual. José Francisco es publicista y el ADN de marca le da a cada personaje su especificidad: la abuela que regresa y se pierde con su nieta en el Lago de la Memoria se llama Victoria; los archimalísimos de la narración es una marca muy destacada y antigua de armas escindida en dos personajes, Smith and Wesson; un libro-oráculo cabalístico se llama Aristóteles. No menos bizarro es el lugar donde Smith and Wesson atesoran sus objetos más valiosos: en las entrañas del galeón San José, hundido por los ingleses en 1708 en las cercanías de Cartagena de Indias, y cuya carga ha sido estimada entre 17 y 22 mil millones de dólares.

Un tercer mecanismo de la poética de lo imaginario es que la palabra está revestida de poderes mágicos. Su materialidad, su sonoridad, genera performances y anima las cosas, modifica lo real. Por ejemplo, en la novela, el acto ilocutivo de sugerir cantar una ronda infantil provoca que un ejército de letras se anime y dance frenéticamente la Marcha de las vocales de Cri-Crí.

El texto es rico en acertijos, oráculos; es decir, el poder mágico de las palabras tiene un impacto real en el mundo fantástico que crea: sus objetos, sus personajes y sus destinos.

Un cuarto elemento de esta poética de lo imaginario es la estetización de lo cotidiano. Se vale de los mecanismos descriptivos, de una prosa cuidadosa, hiperrealista y casi bizantina, que, con la minuciosidad de un Blasco Ibáñez, se ilustra en la siguiente descripción de un reloj antiguo: “Era de bronce bruñido, con el brillo opacado por el salitre y el uso. Parecía un objeto marino. Lucía una argolla labrada en su contorno, alrededor de las 12 y, dentro, en la luna, alardeaba estampada una estrella con ocho puntas y, sobre ellas, dos ápices de agujas temblorosas flotaban contrapuestas alineadas a los polos, las antípodas: el Ártico y el Antártico” (Correa, 2025, p. 127). Son descripciones que, en mucho, recuerdan a Miguel Hernández o a Pablo Neruda en su Oda a la cebolla.

Siguiendo la plástica del paisaje fantástico de la obra, esas descripciones suelen presentarse como largos repertorios de objetos raros, perdidos, imaginarios. En ellos se evidencia que la instancia de la enunciación posee un gusto por el coleccionismo de repertorios inmensos de artefactos curiosos y excepcionales: “Fermi llevaba la cuenta con los dedos del pie: El Arca de la Alianza, las estatuas de la Fuente del Zodiaco, del antiguo Palacio de Verano, reconstruir el rompecabezas de trozos del mural El hombre en el cruce de caminos de Diego Rivera, la Mesa Redonda del Rey Arturo. Déjeme pensar… el aeroplano de Amelia Earhart, la piedra angular de la Casa Blanca, los lingotes de oro del buque portugués Flor de la Mar, los brazos de la Venus de Milo y otros de menor cuantía” (Correa, 2025, p. 169).

Un quinto elemento destacable de esa poética de lo imaginario, que se nutre de artificios narrativos propios de la literatura fantástica, es su carácter metaficcional. Al igual que se pliegan el tiempo y el espacio posibilitando mundos perdidos, El Lago de la Memoria se pliega sobre sí mismo y reflexiona sobre su propio proceso de escritura y posibles caminos de lectura o relectura. En varias ocasiones, la instancia narrativa se repliega para entrar en diálogo con los personajes o confronta al mismo lector en un estilo narrativo que ya han ensayado autores como Cervantes, Miguel de Unamuno o Julio Cortázar y que asume diversas funciones retóricas que van desde giros irónicos al antagonizar con el lector, la función apelativa o metalingüística y, sobre todo, la función estética.

Dos ejemplos de ello son cuando uno de los personajes increpa al narrador: —“¿Por qué no dijiste nada de El Cascajal?” —encaró Victoria al narrador tras leer el último borrador— (Correa, 2025, p. 25). También este otro, donde uno de los personajes sugiere rutas de lectura: “Bueno, si quieren saber lo que pasó, pueden, pueden devolverse cuatro… no, cinco capítulos atrás —recomendó Luciano” (Correa, 2025, p. 178).

Pasemos entonces a un tercer aspecto fundamental de esta novela: su multimodalidad. El Lago de la Memoria huele a frutas, a comida nicaragüense, tiene colores, texturas, sabores, olores. Leemos en uno de los pasajes: “Se dirigieron al mercado entrecruzándose con las vivanderas instaladas en la acera, zigzagueando al gentío que transitaba de ida y vuelta, entre las papayas criollas, los melones fragantes, los mangos pintones, los tomates encendidos, las chiltomas gritonas y el canto de las pregoneras” (Correa, 2025, p. 23).

Esta novela es también un libro cantable, que nos hace reencontrarnos con la Marcha de las vocales de Cri-Crí, Light My Fire de The Doors, Qué será, que será de Chico o Piel canela interpretado por Eydie Gormé y Los Panchos.

En este multiverso paralelo se penetra sin saber, pero hay que encontrarse para salir. Tiene un solo umbral, que sirve de entrada y salida a la vez, pero requiere de una transformación de quien entra: no puede salir siendo el mismo que entró. Hay libros que dictan oráculos misteriosos, un mapa perdido, pero, como en un cuento de Borges, el mapa quizá sea el recorrido mismo, el reencontrarse…

Cuenta también con algunos dibujos realizados por Diego Correa, hijo de José Francisco, que aportan caricaturas de algunos de sus personajes. Así, esta obra es claramente pensable y representable como un universo transmedia. De aquí puede salir una serie, un cómic, un videojuego. Imagino sin problemas este universo transmedia en formatos de video tipo series verticales, microdramas episódicos, Quick Binge shows, en fin, en múltiples narrativas interactivas, móviles y gamificadas.

En síntesis, El Lago de la Memoria nos invita a perdernos para encontrarnos, a releer esta cartografía simbólica de un mundo fantástico que evoca y guiña a la realidad política desde la poética de lo imaginario para continuar reivindicando la importancia de las luchas, los ideales, la libertad y la justicia, en cualquiera de los pliegues de ese multiverso donde nos toque vivir.

jueves, 29 de mayo de 2025

Estoy hecho de memorias - Rodrigo Muñoz-González

Rodrigo Muñoz-González

Es académico e investigador de la Escuela de Ciencias de la Comunicación Colectiva de la Universidad de Costa Rica, donde ha desarrollado una destacada trayectoria en el análisis crítico del discurso, los estudios culturales y la comunicación mediada por tecnologías. Su formación interdisciplinaria y su enfoque humanista le han permitido vincular la comunicación con la literatura, la filosofía y los estudios sociopolíticos contemporáneos. Su aguda sensibilidad para el lenguaje y su mirada crítica convierten sus intervenciones en valiosos aportes para el diálogo entre la comunicación y las humanidades.

Tal vez, el pasado no es algo que queda atrás, sino que se queda con nosotros, cambiando, cambiándonos y señalando de dónde venimos y hacia dónde vamos.

Esto es lo que nos propone El Lago de la Memoria de José Francisco Correa, una novela que nos plantea el regreso de Victoria a una patria perdida, un regreso en el cual ella debe enfrentar las consecuencias de su exilio y las verdades de buscar una coherencia política que puede reivindicar ideales de humanidad pero que puede conllevar alejamientos de esas personas que justamente construyen esa humanidad: su hija y su familia.

José Francisco nos da una aventura en la cual Victoria se pierde con su nieta Arlen en un mundo de objetos perdidos. Y en esto está una de las principales irreverencias de la novela––porque esta novela tiene muchas irreverencias que nos permiten navegar y hacerle frente a los ensueños y a los filazos de nuestras memorias. En este mundo se encuentran todas esas cosas que hemos ido dejando tiradas por nuestras vidas, que hemos perdido, que hemos olvidado, pero que alguna vez les dieron sentido a nuestras realidades.

Al estar en un mundo lleno de objetos que ya nadie recuerdo, José Francisco nos permite comprender algo crucial: el olvido y la memoria son hermanos siameses. Recordar conlleva darle énfasis a algo, rescatarlo de todo lo que hemos dejado atrás. En esta acción, irremediablemente, descuidamos y, por ende, olvidamos, otros eventos, acontecimientos, o cosas que también sucedieron.

De la misma manera, olvidar puede implicar un esfuerzo explícito por esconder algo que nos duele, que nos molesta, que nos transporta a nuestros peores momentos. El olvido puede ser opresivo y autoritario, como es el caso de los regímenes políticos que buscan esconder sus crímenes. Pero también puede ser terapéutico, permitiendo encontrar espacios para tomar impulsos hacia nuevos horizontes.

La memoria, nos dice José Francisco, es un lago: grande, con profundidades que a veces nos atrevemos a bucear o que queremos evitar. En la novela, Victoria debe aprender a sumergirse con su nieta en esas aguas que a veces la ahogan pero que debe navegar para empezar a hacer las paces con lo que ganó gracias a su militancia política, pero también con lo que perdió.

Quizás, podríamos decir que la memoria es lo que nos hace humanos. Porque esta no es solamente una facultad biológica, algo que nuestra cognición puede hacer. No por nada, Aristóteles la problematizó en su obra Parva Naturalia, la cual es un compendio de tratados en los cuales discute diversos fenómenos naturales que son considerados esenciales de la experiencia humana.

El filósofo griego distinguía entre mnēmē (μνήμη), la emocionalidad individual que da pie a la memoria simple, y anamnesis (ἀνάμνησις), la búsqueda activa de recordar. En este sentido, para Aristóteles hay una diferencia fundamental entre una habilidad cotidiana (por ejemplo, acordarme dónde dejé el carro en el parqueo), y un propósito pronunciado de ubicar algo en el pasado, de darle forma (por ejemplo, crear un álbum de fotos, a la antigua o en nuestro teléfono).

Es en esta segunda instancia en la que José Francisco hace su poderosa intervención. En la novela, Victoria justamente debe darle forma a su pasado. Al llegar al mundo de las cosas perdidas, ella y su nieta se dan cuenta que están atrapadas. Salir significa emprender una aventura llena de recuerdos ajenos y propias, superar una serie de obstáculos que dan una lección muy importante: el pasado no es algo terminado, siempre está rearmándose, está conectado con nuestro presente y nuestro porvenir. Victoria retornó a Nicaragua para encarar un nuevo futuro, pero, para esto, primero tendrá que recorrer muchos caminos que dejó sin recorrer.

El Lago de la Memoria efectivamente se ubica en lo que la cultura grecolatina llamaba ars memoriae, el arte de la memoria. Este arte comprendía una serie de técnicas y herramientas para memorizar un rango muy amplio de cosas, desde fechas importantes hasta discursos orales. La memoria se consideraba una habilidad, herramienta, y condición fundamental de la vida individual y colectiva. Como individuos, la memoria nos da identidad y nos permite tener agencia en el mundo. Como sociedad, la memoria nos da sentido de cohesión y nos da un pasado común sobre el cual forjamos nuestras comunidades–– aunque a veces sea utilizado para seguir agendas ideológicas.

José Francisco hace su propio arte de la memoria al escribir una novela en la cual el recuerdo no es demonizado, pero tampoco romantizado. Al final de su trayectoria, y sin ánimo de revelar muchos detalles, Victoria y Arlen entienden que la memoria es algo que se vive, que tiene muchos matices y que, a veces, simplemente nos lleva a aceptar las ambivalencias que surgen en el cruce de aquello-que-fue y aquello-que-pudo-ser.

Para atar el pasado con el presente y el futuro, la novela hace un juego, en mi opinión, con tres géneros diferentes: lo extraño, lo maravilloso, y lo fantástico. Acá me baso en el trabajo del crítico literario Tzvetan Todorov quien hace esta distinción. Para Todorov, el género de lo extraño se encuentra en relatos sobre hechos asombrosos, increíbles, o maravillosos, que llegan a tener una explicación racional––pensemos en las historias de detectives de Conan Doyle o Poe, por ejemplo. Por otro lado, lo maravilloso, nos dice Todorov, se encuentra en narraciones de hechos supernaturales, que no tienen explicación– –como todo el horror cósmico típico de Lovecraft. Finalmente, lo fantástico significa un juego entre lo real y lo ficticio, siempre dejando dudas de la veracidad de lo que pasó––como el personaje de Cortázar que vomita conejitos o el Funes de Borges quien, muy acorde a nuestro tema, puede recordar cada detalle específico que ha acontecido en su vida.

En El Lago de la Memoria, muchos episodios forman parte de lo extraño, pueden ser explicados y llegan a tener su debida justificación; otros forman parte de lo maravilloso, y escapan la racionalidad de los personajes, y les obliga a aceptarlos, a tener fe en ellos, a superar toda duda, a atravesar la contradicción. En esta novela, vemos lo fantástico en las preguntas que tienen los personajes, pero también en las preguntas que les deja a los lectores: ¿todo lo que pasó es real? ¿efectivamente Victoria y Arlen cambiaron de realidad? ¿O todo es una metáfora y todo lo vemos a través de la mente infantil de una niña? Con esto, José Francisco nos devela el truco final de la novela: evidenciar que todo lo que recordamos, por más mundano, doloroso, íntimo, o feliz que sea, nos llega a través de memorias que son extrañas, maravillosas, y fantásticas al mismo tiempo.

Quisiera cerrar este comentario con una anécdota. Hace unas semanas, después de aplicar un quiz, mis estudiantes de Análisis del Discurso me reclamaron por lo que consideran un método de evaluación, en sus palabras, “memorístico”. Para ellos, ellas, y elles, memorizar es algo obsoleto, que ya no se debe incentivar. Y no quiero que esto se entienda como un reclamo grosero y malintencionado hacia elles. Nada más están bebiendo de ideas que cada vez se hacen más recurrentes en nuestra ECCC y en nuestro país: ¿para qué memorizar? ¿de qué sirve?

Cuando me pasó esto, se me vino a la cabeza una carta que Umberto Eco le había escrito a su nieto y que circuló mucho cuando él murió. Eco le advertía al muchacho sobre la pérdida de la memoria. Le pedía no ampararse siempre en lo digital, en el Internet, para recordar las cosas. Le pedía ejercitarla, como cualquier músculo. Porque a través de la memoria, recordamos nuestra historia, y podemos hacerle frente a todo intento de alterarla, podemos recordar nuestros errores para procurar mejorar como personas y buscar nuestro perdón y nuestra redención sea a donde sea que deba estar. Para Umberto Eco, cultivar la memoria es vivir muchas vidas, es aprender que todas, todos, y todos también vivimos diferente, y que tenemos muchos puntos de vista.

En El Lago de la Memoria, José Francisco nos demuestra la importancia de aprender a estar con nuestras memorias. Y nos invita a ejercitarla. ¿Qué pasaría si cada una de nosotras, nosotros, y nosotres, emprende el mismo viaje que Victoria y Arlen? Si nos perdiéramos en el mundo de las cosas perdidas, ¿qué haríamos? ¿Cómo es nuestro propio lago de la memoria? ¿Cómo son sus aguas?

Cuando uno termina de leer esta novela es inevitable pensar: “estoy hecho de memorias, y gracias a esto, soy lo que soy”. Como Victoria, nuestros sueños están incompletos hasta que logramos mirar hacia atrás y podemos sonreír.

lunes, 5 de mayo de 2025

Ponencia para la presentación de El Lago de la Memoria - Marianela Camacho

Marianela Camacho es una filóloga, lingüista y editora costarricense. Es conocida por su trabajo en la Editorial Costa Rica, donde se desempeña como Jefe de Producción Editorial desde 2007 y ha editado más de 350 obras. También ha trabajado de forma independiente como editora y correctora de estilo, y ha publicado artículos sobre edición y libros electrónicos.

Ponencia presentada en la presentación en la Feria Internacional del libro Universitario FILU 2025 el 15/Mar/2025

Buenas tardes a todos y a todos. Muchas gracias por acompañarnos en este espacio para la presentación de la novela El lago de la memoria, del escritor José Francisco Correa, la que, de entrada debo decir, es un gran aporte a la literatura centroamericana contemporánea, porque es un libro que trasciende los límites de la narrativa convencional para ofrecernos un retrato profundo y conmovedor sobre el exilio, la identidad y la reconciliación con el pasado. Aprovecho el espacio para agradecer a los colegas de Ediciones Perro Azul por invitarme a comentar este texto, para mí es un honor compartir con ustedes algunos de mis apuntes sobre este libro.

Una travesía entre la memoria, la historia y lo fantástico

En el corazón de la novela se encuentra Victoria, una exguerrillera nicaragüense que regresa a su país tras más de treinta años de exilio político en Estados Unidos. Su regreso es tanto un viaje físico como emocional y simbólico, pues al reencontrarse con su hija Raquel y su nieta Arlen, Victoria confronta los fantasmas de su pasado revolucionario, la distancia afectiva con su familia y una Nicaragua que, aunque distinta, mantiene muchas de las contradicciones que ella conoció y vivió.

En un punto determinado la narración hay un giro realmente interesante: Victoria y Arlen se pierden en el "Mundo de las Cosas Perdidas", un universo fantástico donde objetos extraviados cobran vida y cuentan sus propias historias. Nos encontramos, entonces, con calcetines parlantes, brújulas con personalidad y otros objetos animados que las guían a ambas en su búsqueda de una salida. Aquí hay otra revolución, pero literaria: la de un viaje simbólico, no solo una aventura; para mí, se trata de una exploración de la memoria, el exilio y la identidad, así como una reflexión sobre la traición y el costo de la revolución sandinista.

Innovación narrativa y estética literaria

Uno de los aspectos más notables de El lago de la memoria es su estructura narrativa híbrida, que fusiona el realismo con elementos de realismo mágico (digresión: para no entrar en discusiones estéticas y estilísticas, yo entiendo que se presenta el realismo mágico cuando se muestra lo irreal o extraño como algo cotidiano y común; se muestra una realidad alterada, pues) e historia política. La narración fluye entre la experiencia personal de Victoria, el contexto histórico de la revolución sandinista y el mundo onírico donde la memoria y el tiempo se desdibujan.

El lenguaje de Correa es otro de los pilares de la novela. Su prosa, evocadora y rica en matices, logra transportarnos a los paisajes nicaragüenses, desde la calidez de Granada hasta la belleza del Lago de Nicaragua. Sus descripciones no son meros adornos, sino vehículos de sensaciones que nos sumergen en la nostalgia y la reflexión. Además, el autor maneja muy bien los diálogos, con lo que dota a los personajes de una autenticidad que los vuelve próximos al lector.

Personajes y desarrollo temático

Victoria es un personaje humano, complejo y lleno de matices. Su lucha interna entre su pasado revolucionario y su presente como abuela exiliada es el eje emocional de la novela.

Raquel, su hija, representa a la generación que creció sin sus padres militantes y enfrenta, como lo hacemos todos nosotros a diario, sus propias heridas.

Arlen, con su inocencia infantil, es el puente entre Victoria y Raquel; ella presagia un posible cierre de heridas a través de la imaginación y el juego.

Los personajes fantásticos también juegan un papel clave en la historia. Los calcetines Fermín e Iván, por ejemplo, no solo aportan humor, sino que también encarnan la temática central de la pérdida y la memoria. Su diálogo con Victoria y Arlen no es solo una interacción absurda, sino una reflexión sobre la identidad y la reconciliación con el pasado.

Ahora bien, desde la antroponimia y la onomástica literaria, los nombres de Victoria, Raquel y Arlen no solo identifican a los personajes, sino que también funcionan como una representación simbólica del papel que desempeñan en la novela. Estos nombres sugieren, de manera sutil pero significativa, las características psicológicas y los arcos narrativos de cada una, además de reflejar la hibridez cultural de la identidad latinoamericana, marcada por influencias latinas, hebreas y anglosajonas.

Victoria: el triunfo sobre la memoria y el exilio

Victoria, nombre de origen latino que significa "la que vence y triunfa", es una elección que resuena poderosamente con su historia. Como exguerrillera, su vida estuvo marcada por la lucha revolucionaria, y aunque el curso de la historia la llevó al exilio, su retorno implica una victoria personal y emocional sobre el desarraigo. Sin embargo, su victoria no es de carácter bélico ni político, sino íntima y existencial: triunfa sobre su propia culpa, sobre el tiempo y sobre el olvido. Como sugiere la novela, el regreso a Nicaragua no es solo físico, sino también simbólico: una confrontación con su pasado que la obliga a redefinir su identidad. En este sentido, el nombre de Victoria no solo es una declaración de fortaleza, sino también un presagio de la reconciliación que buscará a lo largo de la obra.

Raquel: el liderazgo materno y la herida del abandono

Raquel es un nombre de origen hebreo que significa "oveja", pero que, en la tradición bíblica, también alude a la esposa preferida de Jacob y a la madre de José y Benjamín, dos figuras centrales en la genealogía de Israel. En el contexto de la novela, Raquel representa la figura de la madre que se ha visto forzada a la fortaleza y el liderazgo por las circunstancias. Creció sin su madre Victoria, quien la dejó atrás debido al exilio, y en su adultez ha tenido que enfrentar la vida con una dureza que encierra un profundo resentimiento. Al igual que la Raquel bíblica, que muere dando a luz, esta Raquel también ha experimentado una pérdida materna, aunque en un sentido inverso: la ausencia de su madre le ha hecho cargar con el peso del abandono y la incertidumbre. Su nombre, entonces, resalta su papel como madre protectora de Arlen, su liderazgo dentro de la familia y su lucha interna entre el rencor y el perdón.

Arlen: la promesa de la reconciliación

Arlen es un nombre de origen gaélico que puede traducirse como "promesa", y en algunas interpretaciones modernas se asocia con la nobleza y la justicia. En la novela, Arlen es mucho más que una niña: es el puente entre dos generaciones separadas por la historia y el exilio. Su curiosidad, inocencia y apertura a lo fantástico la convierten en el personaje que permite que la reconciliación entre Victoria y Raquel sea posible. En este sentido, su nombre es emblemático: representa la esperanza de un futuro sin las cargas del pasado, la posibilidad de sanar las heridas heredadas y de mirar hacia adelante.

Además, el hecho de que su nombre tenga un origen anglosajón (gaélico) también puede interpretarse como una señal de hibridación cultural. Mientras Victoria y Raquel tienen nombres profundamente enraizados en la tradición latina y judeocristiana, Arlen refleja una identidad más globalizada, lo que podría simbolizar la nueva generación, menos atada a los conflictos del pasado y más abierta a la transformación.

El uso de estos nombres en El lago de la memoria no parece casual. A través de Victoria, Raquel y Arlen, el autor construye una genealogía simbólica de la historia reciente de Nicaragua: Victoria encarna la generación de la revolución y el exilio; Raquel, la de los hijos que crecieron en ausencia y desencanto; y Arlen, la de los nietos que pueden reconstruir los lazos rotos. Sus nombres, con sus raíces diversas, también evidencian la mezcla de tradiciones e influencias que conforman la identidad latinoamericana contemporánea, en la que coexisten lo europeo, lo judeocristiano y lo anglosajón en un mismo entramado de significados.

Así, el nombre de cada una no solo define su carácter, sino que también refuerza la idea de que la memoria, como el lago que da título a la novela, es un espacio fluido donde el pasado, el presente y el futuro se entrelazan constantemente.

Principales virtudes de la obra

El lago de la memoria es una novela que destaca por su capacidad de explorar temas universales desde una perspectiva original. Desde mi lectura, algunos de sus mayores logros son:

• La construcción de los personajes, como mencioné antes. • Exploración profunda de la memoria y el exilio: La historia de Victoria es un reflejo de las luchas de muchas personas que han vivido en contextos de conflicto y exilio. La novela ofrece una mirada crítica sobre la Revolución Sandinista y sus consecuencias. Lo que resulta muy apropiado para entender, en parte, el contexto de lo que sucede hoy en Nicaragua. • Uso innovador del realismo mágico: La creación del "Mundo de las Cosas Perdidas" no es un simple artificio literario, sino que es una exploración simbólica de la memoria, la pérdida y la identidad. • Lenguaje poético y evocador: Correa combina lo lírico con lo coloquial, logrando así una prosa que resuena tanto en lo emotivo como en el pensamiento.

Cierre: una obra relevante

El lago de la memoria es una novela que dialoga con la literatura del exilio, la memoria histórica y la reflexión política, pero también se abre a la experimentación narrativa y al juego simbólico.

José Francisco Correa nos entrega una obra bella y profunda, capaz de conmover y de safiar al lector. En un tiempo donde la literatura centroamericana busca nuevas formas de contar su historia (porque nuestras realidades y circunstancias de vida cambian vertiginosamente todos los días), esta novela se erige como un testimonio imprescindible sobre la identidad, la nostalgia y el eterno dilema del regreso. Cierro con una cita de la novela en la que no solo se revela su título, también ofrece claves para su lectura e interpretación textual:

"Granada es intemporal. Se ha conservado calcada desde que Victoria se fue. Siempre las mismas vendedoras en las mismas esquinas y los mismos borrachos en las mismas aceras. El lago de la memoria es un agujero negro que atrapa el pasado y el presente en la misma dimensión espacio temporal, en donde confluyen todas las historias simultáneamente: su casa de muñecas, sus padres, los juegos infantiles con los niños del barrio, sus amigas colegiales y universitarias, su ingreso a la guerrilla y su exilio" (p. 17).

Los invito, pues, a sumergirse en sus páginas y dejarse llevar por la corriente de la memoria, esa que, como un lago, nunca deja de moverse.

Muchas gracias al autor por el placer de la lectura de este texto. Gracias a Perro Azul por este hallazgo literario. Y muchas gracias a ustedes por su atención.

Link

https://www.academia.edu/128285900/Presentaci%C3%B3n_de_la_novela_El_lago_de_la_memoria