Vanessa Fonseca es filologa y Master en literatura latinoamericana por la Universidad de Costa Rica. Además, posee un doctorado en Publicidad en la Texas.
Yo también, al igual que uno de los personajes de esta novela, en una situación un poco extraordinaria, tuve que pasar un umbral que no esperaba y que me hace, precisamente, no estar compartiendo allá con ustedes. Sin embargo, en ese tránsito, que fue cruzar este umbral, y en el viaje que ha sido también la misma lectura de esta novela, me encontré porque me había perdido. Soy filóloga de primera mano y, en segundo nivel, tengo una especialidad en literatura latinoamericana, y he de confesar públicamente —y no me da vergüenza— que, desde hace muchos años, abandoné la práctica de lo que hoy malamente llaman lectura recreativa (la ficción) y me dediqué a otras ficciones. Así que esta lectura de un texto de alguien a quien aprecio mucho, profesional y personalmente, me hizo reencontrarme con esa que fui y que ya no soy tanto. Sin embargo, uno nunca deja de ser el que fue y no pude resistirme a encontrar, en sus páginas, muchas lecturas que me han forjado como lectora y como filóloga...
El Lago de la Memoria es una novela insólita, aún desde los propios mecanismos de producción escritural que despliega. Me referiré, en esta presentación, a varios aspectos que destaco en mi lectura de esta obra. Primero, El Lago de la Memoria es uno y muchos libros, como El Aleph de Borges, por el desfilan un sinnúmero de libros fundamentales para la historia de la literatura y, muy en particular, de la literatura que se dedica a construir mundos paralelos, mundos al revés, universos de sentido convexo que estetizan lo cotidiano y, muchas veces, terminan siendo grandes alegorías políticas o históricas que la crítica superficial clasifica como literatura fantástica o la exorciza catalogándola como literatura para niños. Tal es el caso de Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll, Las aventuras de Gulliver de Jonathan Swift, Viaje al centro de la Tierra o 20 mil leguas de viaje submarino de Julio Verne.
Este worlding, crear mundos imaginarios que a la vez funcionan como ecos de nuestras realidades políticas o históricas, es incluso un hecho que la misma ciencia respalda en el concepto de multiverso. Ya ha insistido Albert Einstein en que el tiempo y el espacio no son planos rígidos, separados ni lineales: son como una tela flexible que se dobla. Imaginemos, por un momento, que el universo es un libro gigante. Cada página del libro es un universo diferente. Nosotros vivimos en una de esas páginas y, paradójicamente, a la vez en muchas otras. La física cuántica ha comprobado experimentalmente que un mismo átomo puede estar en varios espacios/tiempos diferentes y hasta en dos o más estados de la materia a la vez. El Lago de la Memoria abre precisamente con una imagen a lo Macondo… Hagamos un ejercicio y cerremos los ojos… Voy a leer un fragmento donde se refiere la instancia narrativa a ese multiverso de olvidos, de ausencias presentes y de presencias ausentes: “El lago de la memoria es un agujero negro que atrapa el pasado y el presente en la misma dirección espacio-temporal, donde confluyen todas las historias simultáneamente” (Correa, 2025, p. 17).
Pueden abrir los ojos…
En estas palabras no puedo dejar de escuchar el susurro de Borges o García Márquez, en esos vasos comunicantes que nos trasladan de una dimensión a otra, de una narración a otras, a espacios/tiempos del eterno retorno de lo mismo, en palabras de Nietzsche.
Mal oficio es el del crítico que le anuncia, o incluso pretende sentenciarle, un solo camino de lectura a una obra. A mí, esta narración me ha hecho naufragar en mis propias lecturas pasadas, que ya creía perdidas, pero que, en su lectura, reaparecen como fantasmagóricos espejos. Probablemente la mía, como filóloga y como otrora especialista en literatura latinoamericana, es una lectura viciada de muchas lecturas añejas.
Toda lectura lo es… Sin embargo, reconozco en esta obra una producción auténticamente latinoamericana que, desde una narración hiperrealista, logra construir universos paralelos animados que me remiten a esos mundos fantásticos, como el de la película Labyrinth de Jim Henson y protagonizada por David Bowie, el universo hipersaturado del videojuego Machinarium o un cuadro alucinante y surrealista de Dalí, donde lo onírico es tan vívido e insólito que genera su propio mecanismo de significación.
Como diría Alejo Carpentier, la cotidianidad, lo real, se torna maravilloso. En esa oscilación, entre el hiperrealismo narrativo que describe con precisión quirúrgica cada objeto y centenares de miles de cosas que saturan ese mundo hasta casi desbordarlo, se asoma, sutilmente, la sátira crítica del poder, la corrupción, las injusticias. Porque también el olvido y la pérdida son parte de esos pliegos de la(s) tela(s) del multiverso, donde hasta los sueños de reivindicación y de libertad se pierden, se extravían en un tránsito incontrolable por escenarios inexorables, imposibles, abismales.
Plásticamente, El Lago de la Memoria también evoca esos mundos posibles como los de Oswaldo Guayasamín, mundos donde se entretejen las injusticias y se sueñan utopías, y también se ponen en escena teatros del destino, como los inventados en los mundos posibles de Xul Solar. Termino este segundo aspecto con una cita de la novela: “Hay muchos mundos y muchos sistemas de universos que existen simultáneamente. La única utilidad de un mundo real es su similitud con un mapa” (Correa, 2025, p. 94).
Paso a un segundo aspecto que he denominado la poética de lo imaginario, que se asoma en El Lago de la Memoria en un paisajismo extraordinario, como una cartografía poética. Tiene diferentes mecanismos de significación. Primero, las metáforas: “En Granada el tiempo gira y regresa al mismo sitio como las norias”. A mí me resuena a visitas a ciudades coloniales latinoamericanas, al tiempo vivido en España, a tiempos, espacios, al eterno retorno de lo mismo y que, irremediablemente, nos remite a otras narrativas metafóricas de la historia de América Latina, donde, a pesar de la modernidad, aún se puede acceder a zonas que parecen perdidas en el tiempo; hacen referencia a un tiempo originario, a un retorno, a desandar la historia como en Los pasos perdidos o Viaje a la semilla de Alejo Carpentier.
En El Lago de la Memoria confluyen muchos personajes disímiles, de muchas épocas, cosas que existieron y que no existieron, cosas fantásticas, cosas posibles. Es un maelstrom donde convergen también diferentes tiempos históricos que nos hacen recordar aquellas palabras de Borges en Otras inquisiciones: “Quizá la historia universal es la historia de la diferente entonación de algunas metáforas”. Un segundo mecanismo de esta poética de lo imaginario se manifiesta en la nominación: la novela exhibe una toponimia poética que nos asoma a lo sublime. Si el nominar es crear, tal y como se muestra en el Génesis judeocristiano o en el Popol Vuh maya, la topografía fantástica de El Lago de la Memoria nos expone en varias ocasiones al vértigo de lo insondable. Enumero algunos de estos parajes: “El Lago de la Oscuridad, El Acantilado del Abandono, La Puerta de la Luna, El Valle de la Distancia, La Cueva del Llanto…”.
En consonancia con lo anterior, el poder de la nominación de los personajes no es casual. José Francisco es publicista y el ADN de marca le da a cada personaje su especificidad: la abuela que regresa y se pierde con su nieta en el Lago de la Memoria se llama Victoria; los archimalísimos de la narración es una marca muy destacada y antigua de armas escindida en dos personajes, Smith and Wesson; un libro-oráculo cabalístico se llama Aristóteles. No menos bizarro es el lugar donde Smith and Wesson atesoran sus objetos más valiosos: en las entrañas del galeón San José, hundido por los ingleses en 1708 en las cercanías de Cartagena de Indias, y cuya carga ha sido estimada entre 17 y 22 mil millones de dólares.
Un tercer mecanismo de la poética de lo imaginario es que la palabra está revestida de poderes mágicos. Su materialidad, su sonoridad, genera performances y anima las cosas, modifica lo real. Por ejemplo, en la novela, el acto ilocutivo de sugerir cantar una ronda infantil provoca que un ejército de letras se anime y dance frenéticamente la Marcha de las vocales de Cri-Crí.
El texto es rico en acertijos, oráculos; es decir, el poder mágico de las palabras tiene un impacto real en el mundo fantástico que crea: sus objetos, sus personajes y sus destinos.
Un cuarto elemento de esta poética de lo imaginario es la estetización de lo cotidiano. Se vale de los mecanismos descriptivos, de una prosa cuidadosa, hiperrealista y casi bizantina, que, con la minuciosidad de un Blasco Ibáñez, se ilustra en la siguiente descripción de un reloj antiguo: “Era de bronce bruñido, con el brillo opacado por el salitre y el uso. Parecía un objeto marino. Lucía una argolla labrada en su contorno, alrededor de las 12 y, dentro, en la luna, alardeaba estampada una estrella con ocho puntas y, sobre ellas, dos ápices de agujas temblorosas flotaban contrapuestas alineadas a los polos, las antípodas: el Ártico y el Antártico” (Correa, 2025, p. 127). Son descripciones que, en mucho, recuerdan a Miguel Hernández o a Pablo Neruda en su Oda a la cebolla.
Siguiendo la plástica del paisaje fantástico de la obra, esas descripciones suelen presentarse como largos repertorios de objetos raros, perdidos, imaginarios. En ellos se evidencia que la instancia de la enunciación posee un gusto por el coleccionismo de repertorios inmensos de artefactos curiosos y excepcionales: “Fermi llevaba la cuenta con los dedos del pie: El Arca de la Alianza, las estatuas de la Fuente del Zodiaco, del antiguo Palacio de Verano, reconstruir el rompecabezas de trozos del mural El hombre en el cruce de caminos de Diego Rivera, la Mesa Redonda del Rey Arturo. Déjeme pensar… el aeroplano de Amelia Earhart, la piedra angular de la Casa Blanca, los lingotes de oro del buque portugués Flor de la Mar, los brazos de la Venus de Milo y otros de menor cuantía” (Correa, 2025, p. 169).
Un quinto elemento destacable de esa poética de lo imaginario, que se nutre de artificios narrativos propios de la literatura fantástica, es su carácter metaficcional. Al igual que se pliegan el tiempo y el espacio posibilitando mundos perdidos, El Lago de la Memoria se pliega sobre sí mismo y reflexiona sobre su propio proceso de escritura y posibles caminos de lectura o relectura. En varias ocasiones, la instancia narrativa se repliega para entrar en diálogo con los personajes o confronta al mismo lector en un estilo narrativo que ya han ensayado autores como Cervantes, Miguel de Unamuno o Julio Cortázar y que asume diversas funciones retóricas que van desde giros irónicos al antagonizar con el lector, la función apelativa o metalingüística y, sobre todo, la función estética.
Dos ejemplos de ello son cuando uno de los personajes increpa al narrador: —“¿Por qué no dijiste nada de El Cascajal?” —encaró Victoria al narrador tras leer el último borrador— (Correa, 2025, p. 25). También este otro, donde uno de los personajes sugiere rutas de lectura: “Bueno, si quieren saber lo que pasó, pueden, pueden devolverse cuatro… no, cinco capítulos atrás —recomendó Luciano” (Correa, 2025, p. 178).
Pasemos entonces a un tercer aspecto fundamental de esta novela: su multimodalidad. El Lago de la Memoria huele a frutas, a comida nicaragüense, tiene colores, texturas, sabores, olores. Leemos en uno de los pasajes: “Se dirigieron al mercado entrecruzándose con las vivanderas instaladas en la acera, zigzagueando al gentío que transitaba de ida y vuelta, entre las papayas criollas, los melones fragantes, los mangos pintones, los tomates encendidos, las chiltomas gritonas y el canto de las pregoneras” (Correa, 2025, p. 23).
Esta novela es también un libro cantable, que nos hace reencontrarnos con la Marcha de las vocales de Cri-Crí, Light My Fire de The Doors, Qué será, que será de Chico o Piel canela interpretado por Eydie Gormé y Los Panchos.
En este multiverso paralelo se penetra sin saber, pero hay que encontrarse para salir. Tiene un solo umbral, que sirve de entrada y salida a la vez, pero requiere de una transformación de quien entra: no puede salir siendo el mismo que entró. Hay libros que dictan oráculos misteriosos, un mapa perdido, pero, como en un cuento de Borges, el mapa quizá sea el recorrido mismo, el reencontrarse…
Cuenta también con algunos dibujos realizados por Diego Correa, hijo de José Francisco, que aportan caricaturas de algunos de sus personajes. Así, esta obra es claramente pensable y representable como un universo transmedia. De aquí puede salir una serie, un cómic, un videojuego. Imagino sin problemas este universo transmedia en formatos de video tipo series verticales, microdramas episódicos, Quick Binge shows, en fin, en múltiples narrativas interactivas, móviles y gamificadas.
En síntesis, El Lago de la Memoria nos invita a perdernos para encontrarnos, a releer esta cartografía simbólica de un mundo fantástico que evoca y guiña a la realidad política desde la poética de lo imaginario para continuar reivindicando la importancia de las luchas, los ideales, la libertad y la justicia, en cualquiera de los pliegues de ese multiverso donde nos toque vivir.
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